lunes, 4 de marzo de 2019

Cerca del Cielo Por: José Ramón Flores Viveros

La fascinación y encanto de escuchar.

Alguna vez, Ricardo Torres Nava me dijo, “Ramon vigila tus pensamientos; se convierten en palabras”. Ricardo perdió a su mamá, cuando aún era un niño, murió a consecuencia del cáncer. Ella, me lo comento también Ricardo, aun con la enfermedad encima, había momentos en que ponía música y se ponía a bailar con sus hijos. Siempre impulsó a Ricardo a alcanzar sus sueños, pero sobre todo a creer en él. Fue una de las razones por la que tuvieron que salir de Nueva Rosita, Coahuila, para irse a radicar al entonces Distrito Federal.

Eliza Torres Nava, el año pasado en la ciudad de México, me presentó a quien fue su madre adoptiva, fue en una conferencia que dicto Ricardo. Le tienen un gran cariño y gratitud. Eran muy pequeños cuando su mamá murió en Nueva Rosita. Es una persona de edad, con una mirada profunda y compasiva.



Ricardo es un tipo muy compasivo, tuve oportunidad de ver en Jalcomulco, cuando le dio de comer a un perrito callejero, además de dirigirse al animalito con palabras de afecto. Cuando tuve la oportunidad de escalar por primera vez en su compañía, subíamos el glaciar de Jamapa, en el Pico de Orizaba, guiaba a un grupo de norteamericanos y europeos. Es un tipo que aun en aquellos momentos de esfuerzo externo y de tensión, jamás deja de bromear, su condición física era excelente, cuando se habla escalando, demanda energía que es vital. Lo ideal es administrar al máximo esta energía.

Recuerdo una ocasión iba de apoyo con Ricardo, Raúl Bárcena, quien me comentaba un ascenso al Huascarán de Perú, yo siempre he aplicado, aquello que siempre mencionó Dale Carnegie en sus libros y cursos de ingeniería social y humana: para ser buen conversador, hay que aprender a escuchar primero. Me fascina cuestionar a las personas, para que me platiquen de su vida y experiencias. Hasta las personas más simples y humildes, tienen algo que regalarnos, muchas veces son regalos invaluables.

Raúl me tenía con la baba escurriendo, hablando de los Andes sudamericanos, estas charlas también formaron parte de la ilusión por viajar a escalar en la cordillera mas larga del planeta. Ricardo siempre bromista, atento a sus clientes y a lo que escuchaba decía “Ramoncito, no le creas todo al Raúl, porque es muy chismoso”. Respecto a saber disfrutar de lo que los demás nos puedan compartir, para mí haber leído a Carnegie, cambió mucho mi manera brusca de ser, ya que siempre quería ser dueño del micrófono, era todo un yoyo, el día de hoy aun lo recuerdo con mucha pena y vergüenza.

En todos los ámbitos del quehacer humano, escuchar, representa siempre un paso adelante. Recuerdo que en aquella ocasión, cómo me costó cruzar la grieta mayor del volcán, a pesar que según yo, me preparaba a conciencia para subir, llegaba a esas instancias, siempre bien tronado, arrastrando prácticamente la cobija. Escuchar y aplicar me sirvió de mucho, un experimentado alpinista sudamericano, que subía ayudado con bastones para esquiar, prefería los bastones en lugar del piolet, y de verdad progresaba muy bien sobre la nieve moviendo los bastones, si uno da pasos cortos y continuos, provocan agotamiento. Aparentemente se cubre una mayor distancia, pero también se realizan paradas más continuas para recuperarse. Me aconsejó, abrir lo más posible el compás de las piernas, hasta una apertura cómoda, y así con un ritmo pausado, progresar sobre la nieve. Pude experimentar un mayor y mejor recorrido y rendimiento sin caer en el agotamiento extremo. Muchas veces la soberbia de creer saberlo todo, no nos permite aprender cosas nuevas. 

Tener la disposición de escuchar, me permitió en Bolivia, subir una montaña: preso del miedo una tarde, vagando por la Paz, había decidido ya no subirla solo y mi alma, la determinación me hizo recuperar la calma, entré a la iglesia de San Francisco de Asís, según yo a orar, algo que jamás se ha dado. 

En el silencio de la iglesia, pude, sin saber hacerlo, establecer comunicación con una fuerza divina, en mi mano tenía una imagen de Rafael Guízar y Valencia a quien en mi ignorancia y soberbia infinita, siempre acudo para pedirle, como si de los reyes magos se tratara. Mi silencio se llenó de una presencia y de una voz que me animó a subir sin temor alguno. Fue tanta la certeza que me invadió, que decidí subir y el ascenso fue todo un éxito. La disposición fue un arma que operó a mi favor.

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