lunes, 8 de julio de 2019

DESDE EL AULA - Por: Prof. Julio Hernández Ramírez


En general, hay en las personas una tendencia hacia lo estacionario. Ello explica por qué instaladas en una zona de relativo confort desarrolla fuertes resistencias para salir de la misma, al grado de cancelar cualquier posibilidad de explorar nuevas experiencias.

Cuando se actualizan circunstancias que obligan a romper con esa inercia, pueden presentarse cuadros de inestabilidad emocional. Tal situación acontece, por ejemplo, cuando las personas se acogen al beneficio de la jubilación y se ven inmersas en una nueva realidad en la cual con frecuencia no encuentran cómo aprovechar el tiempo libre. En el caso propio, ingreso al padrón de jubilados en el magisterio, cuando inicio una responsabilidad en el H. Ayuntamiento, por lo que seguí vigente en una actividad diferente pero intensa.
Terminado el encargo edilicio me he mantenido ocupado en labores agrícolas, con intervalos de participación en la política partidista. El trabajo del campo es duro, pero noble; su escasa rentabilidad se compensa con enorme satisfacción de arrancarle los frutos a la tierra. Alternar el surco con el renglón, la parcela con la página, te hacen sentir bien.

Dadas mis ocupaciones actuales he alterado algunas rutinas. Subo al municipio, como dicen en el pueblo, cuando quieren indicar que van a la cabecera municipal, solo cuando tengo algún asunto específico qué atender, y cada vez que lo hago no se agota mi capacidad de sorpresa por los rumores que se sueltan. A guisa de ejemplo cito tres:

- Suelo caminar solo, dicen que con gesto osco, adusto, serio, pero atento diría yo. En una de mis esporádicas visitas al municipio, me encuentro a un matrimonio amigo y sin más, me dicen: “Profesor qué gusto verlo y verlo bien, nos enteramos que estaba usted muy enfermo y que por eso no se le veía”. Luego del cumplido, les aclaro que por fortuna no he estado enfermo, pudiera ser ese el deseo de algún malqueriente y quizá por eso gozo de cabal salud.

- Otro día, acuerdo compartir un café con uno de mis amigos al que tenía ya algún tiempo que no saludaba, ya establecida la charla y las confesiones, me comenta: “Me da gusto verte bien, no te vayas a molestar, pero me han dicho que andabas perdido en el vicio”.  No, le dije, se lo que es compartir un buen vino con un amigo o degustarlo en la soledad que te enfrenta a ti mismo, pero hasta hoy si tengo algún vicio, puedo afirmar que es el trabajo.
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Recientemente, alguien ha deslizado comentarios irresponsables, dolosos e infames que afectan mi honorabilidad. Al respecto puedo afirmar sin falsa modestia que he trabajado y estudiado durante muchos años; me siento satisfecho con mi trayectoria y mis alcances, me sumo como un auténtico exponente de la cultura del esfuerzo. He constituido un modesto patrimonio familiar que al menos me permite estar ocupado. Camino solo y miro de frente, a los ojos; cierto, como cualquiera, cometo errores. He sentido el aguijón de la derrota pero también he disfrutado la miel de la victoria y aquí estoy, vertical, seguro de resistir cualquier infamia. Con todo no puedo evitar traer a la memoria la sabia respuesta que el noble caballero da a su fiel escudero cuando éste le advierte la presencia de los perros, como tampoco puede pensar que la mayor afrenta a la envidia consiste en ser diferente.







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