martes, 16 de julio de 2019

EDITORIAL

Las ceremonias de fin de cursos son un buen espacio para promover los valores ciudadanos, que tanta falta le hacen la sociedad actual. Ese ambiente de alegría, por culminar una etapa de estudio, y a la vez de tristeza por dejar atrás a muchos amigos y maestros, son el escenario ideal para fortalecer, en los jóvenes, la cultura de virtudes que, sin duda, se van perdiendo debido a esa avalancha de antivalores que promueven los medios de comunicación y las redes sociales.

En otro contexto, esta semana nos enteramos de una riña en un centro comercial de Veracruz, donde, por la disputa de un espacio de estacionamiento, un hombre fue apuñalado en la cabeza, perdiendo un ojo de la cara. Muestra sintomática de la decadencia de valores y de la deshumanización, donde la violencia le ha ganado terreno al respeto y a la tolerancia.

Esa descomposición social que enfrentamos los mexicanos, se debe al rompimiento de los esquemas y a los órdenes establecidos que significaron, hasta los últimos tiempos, el freno al libertinaje que ahora lacera la dignidad de todos. Los lamentables hechos sangrientos, dejan un halo de confusión y carencia de una disciplina, que ya no se practica en muchos sectores y que, para infortunio de todos, han quedado en el olvido. Anteriormente, el respeto a los valores era la práctica común, tanto en hogares e instituciones educativas, como en centros de trabajo, donde la disciplina se aplicaba estrictamente. Urge que tanto ciudadanía como padres de familias y autoridades, confluyamos en un ordenamiento coercitivo, en la búsqueda de una solución que acabe con ese libertinaje que se ha confundido con libertad, que ha caracterizado a nuestra nación por muchas décadas, pero que sin embargo, ha roto las barreras de la congruencia.

La deshumanización de la sociedad nos ha convertido en errantes y enemigos de nuestra existencia. Como ciudadanos, deberíamos convertirnos en formadores y orientadores de las nuevas generaciones, para la formación de mejores personas. Inducir en su entorno la capacidad de discernir, que sepan diferenciar lo bueno de lo malo, lo falso de lo verdadero y además, inculcar responsabilidades, valores y principios. Esa es la misión de todo ciudadano de bien, con los jóvenes.

No es la violencia la causa, sino el efecto; de manera que mientras no combatamos las causas reales de esta barbarie que vivimos (corrupción, impunidad, falta de sensibilidad) no podremos acabar con esta espiral de violencia. Vivimos tiempos difíciles, de profunda deshumanización, en donde las apariencias nos importan más que la realidad, con esa doble moral en la que exigimos que los otros (los políticos, los funcionarios, lo comerciantes) cambien, pero la mayoría de nosotros no hacemos nada por transformarnos. Más que violencia, es la deshumanización lo que está convirtiendo a la comunidad en que vivimos en una tierra sin ley, sin virtud y sin valores, una selva cuya consigna parece ser: “sálvese quien pueda”. No puede ser. Debemos hacer algo, pero ya…


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