En busca de lo desconocido.-
Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha explorado el mundo natural, con las plantas de sus pies sobre la tierra. Y en paralelo, ha imaginado lo inasible.
En esta ocasión no tocaré las explicaciones animistas, que los antropólogos les imputan a los pueblos primitivos. En realidad, las creencias metafísicas tienen más que ver con sociedades organizadas, desde la tribu consolidada hasta las grandes civilizaciones que relata la historia. La intangibilidad del pensamiento, el ‘neus’ aristotélico, ha causado desde los tiempos más remotos, la búsqueda de lo intangible. Y como dice el poeta ‘los antiguos pensaban imaginando’.
De hecho, hay misterios que aún no se dilucidan. Hablando de misterios es como los hierofantes han establecido sus cotos de poder, aduciendo a misterios que ellos revelan a la asamblea de creyentes, generando creencias que se convierten en doctrinas y luego trascienden como religiones, con toda su parafernalia ritual. Bueno, hasta aquí creo que ha quedado clara nuestra proclividad humana a creer cualquier cosa, dicha por aquellos que se arrogan el conocimiento de lo divino o de lo oculto. Entonces, las mitologías y las religiones, cual más absurdas, han guiado el pensamiento de las personas, según el lugar y la era en que les ha tocado vivir.
Carlos Gustavo Jung, abonando a los trasfondos de lo desconocido, señala categórico: ‘En ciencia hay que estar siempre atentos al hecho de que existen velos humanos que ocultan la oscuridad abismal de lo desconocido’.
La clase sacerdotal ha querido develarlos con ideas exóticas. Una de las formas que han caracterizado a los humanos ha sido pensar en otras ‘fuerzas’, atribuidas a entidades celestiales o subterráneas. Jugando con el bien y el mal, han nacido los dioses y sus parcelas de poder. Desde que nace el método científico, que exige la prueba de las hipótesis, pienso en Descartes, se ha querido desmitificar el poder que se le atribuye a la mente, expresando que no hay tal poder, o que, de haberlo, este ha sido exagerado. Y a eso me voy a referir.
El libro de Jaques Bergier y Louis Pauwels, ‘El retorno de los brujos’, muestra una buena cantidad de enigmas, cabezas colosales en la isla de Pascua, dibujos gigantescos que solamente se pueden identificar desde el aire, en Nazca, la alineación de las pirámides de Egipto con las Pléyades, las cabezas olmecas, y decenas de cosas raras tenidas como inexplicables.
Lo inexplicable, que antes dio origen a las entidades etéreas hoy día abre la puerta a la parapsicología, que pretende estudiar fenómenos como la telepatía, la clarividencia, la telekinesis, la magia y el espiritismo; entre otras manifestaciones incomprensibles desde el sentido común y no admitidas por la ‘ciencia’. Y también abrió paso a la ufología (nombre absurdo de por sí) y a querer discernir lo inexplicable con argumentos fantasiosos, como la presencia de los astronautas tenidos por alienígenas ancestrales, ¡hágame usted el favor!.
La aparente necesidad humana de conocer cuanto le rodea le ha llevado por sinuosas veredas que le han conducido a la superstición y a fundar su manera de pensar en mitos y leyendas.
Termino esta reflexión con un fragmento de los ‘Dragones del Edén’, de Carl Sagan: “Entre dichas ideas, se cuenta la astrología (según la cual, al nacer yo, una serie de astros situados a cientos de billones de millas de distancia se conjuntan en una casa o morada que condiciona fatalmente mi destino); la creencia en astronautas que vivieron en un pasado remoto; la fotografía de espectros; la piramidología (que, entre otras muchas cosas, sostiene la peregrina idea de que si guardo mi hoja de afeitar en el interior de una pirámide de cartón en vez de hacerlo en un estuche rectangular, conservo el filo mucho más cortante); la vida emocional y preferencias musicales de los geranios…”
Así van los seres humanos, derivando según los lleva la corriente de la ideología, que les empalman desde pequeños.
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