El clima de otoño es inestable y maravilloso. Lo mismo amanece nublado que con un radiante sol que hace de los amaneceres un espectáculo de luces sobre lomas y laderas. Hay días en que pasan las cuatro estaciones, pues lo mismo llueve, hace frío, sale el sol y cierra con un buen chubasco. Las matas de café lucen relucientes en su tradicional verde oscuro, pero ahora cargadas de cerezas verdes, algunos color naranja y ya una gran parte en rojo carmesí intenso, que es el maná que la pródiga naturaleza ofrece para beneplácito de toda esta región. El café ha sido pilar fundamental de la economía de la zona. Su llegada se espera con ilusión y entusiasmo. Se activa la actividad agrícola, el comercio y la industria. Ya hasta mujeres van haciendo su aparición en las melgas, algunas acompañadas de los chiquillos, que ya le entran al surco para las primeras pepenas de café maduro. La mujer en los cafetales juega un papel muy importante, que es histórico y fundamental. Lo mismo le entra duro al corte de café, como en la preparación del indispensable bastimento para cortadores y jornaleros. Doña Chabe tiene más de sesenta años y es tan activa como el mejor de los jornaleros. Con una sabiduría ancestral, corrige y enseña a los insipientes mozos a hacer las cosas bien y a tratar la finca con cariño. Con voz de autoridad, platica al grupo de campesinos, que la escuchan con atención e interés. “Cuando yo tenía siete años, me tocaba lavar, planchar, hacer de comer, echar tortillas, cuidar de mis hermanos más chiquitos, y esperar que mis papás regresaran de trabajar. Después fue salir a trabajar al campo, al azadón, de todo, cortar leña, cortar café, vaya, uno cuando se dedica al campo, hace uno de todo, lo único que no hacen las mujeres es cortar caña. Pero yo se podar, yo sé azadonear, sé regar un cañal, una finca, deshijar, regar abono, regar pulpa, desvarañar, deslamar troncos, seleccionar pesetilla. Nos íbamos con mi papá y de todo le hacíamos. No buscaba mozos, nosotras yo y mi hermana nos hacíamos dos tareas diarias y con eso absorbíamos el gasto. Así crecimos y nos hicimos grandes. Y así continuamos. Todo eso sin descuidar la atención al esposo y a los hijos, ropa y comida”. El viejo cortador curtido por el tiempo y las cosechas, escuchaba atento a la plática de doña Chabe. No faltó que uno de los jornaleros le pidiera su opinión sobre lo expresado por la experimentada campesina. A lo que el caballero de las fincas, conocedor de los secretos del tiempo y del trabajo, con singular reverencia y respeto a las féminas labriegas, les dedica su elocuente discurso: “Las mujeres del campo desempeñan una importante función en lo que se refiere a garantizar la seguridad alimentaria, o sea la ‘papa’ y en todo lo concerniente al desarrollo y la estabilidad de la familia y de las zonas cafetaleras. Sin embargo, a menudo carecen de oportunidades para adquirir derechos de propiedad sobre la tierra o tener acceso a servicios esenciales como el crédito, los insumos agrícolas, la capacitación, la enseñanza y la división de carga de trabajo en el hogar. Su vital contribución a la sociedad pasa desapercibida. Debemos hacer que las mujeres del medio campesino, salgan de la oscuridad, recordando a la sociedad lo mucho que se les debe a estas mujeres y reconociendo sus méritos y su valía”… Haciendo una pausa para darle un trago a su voluminoso calabazo de agua fresca, satisface su sed, lo vuelve a colgar de la misma rama y continúa: “Sin embargo son expertas en economía, saben de los precios bajos del café, de los bajos ingresos y de los precios altos en la canasta básica, sufren de desvalorización, discriminación, acoso sexual y a veces hasta de abusos en la finca. Por eso y por mucho más, a nuestras queridas mujeres hay que reconocerlas, hay que respetarlas, hay que valorarlas y cuidarlas. Sin ellas nada sería posible, ni en el campo ni en la vida…”
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