lunes, 11 de enero de 2021

DESDE LA FINCA - Por el Cortador


Cabañuelas y temores.- En la finca, todo es algarabía. La cosecha está en su apogeo y los cortadores acuden puntuales a su cita con ese grano que es historia y sostén de la economía regional: el café. Familias completas recorren los surcos con su tenate en la cintura, llenando de ilusión sus lonas. Ya ha pasado el chincual del fin de año, aunque entre la gente del campo no se acostumbra realizar cenas o actividades que se hacen comúnmente en la ciudad, pues para el campesino cada día es un ciclo vital en el que todo renace con cada salida del sol. Los cortadores se apresuran con habilidad a seleccionar los granos rojos de las matas, mientras conversan amenamente. Pero la charla se consolida a la hora de comer. Alrededor de la lumbre, además de compartir el bastimento, comparten anécdotas y charadas. No falta quien le pregunta al pensativo y meditabundo anciano sabio, curtido por muchos inviernos y por lustros cumplidos, sobre el inicio de año y su significado. El viejo zorro de los cafetales, ensimismado en sus elucubraciones, desvía el sentido de la pregunta para hablar sobre las Cabañuelas: “Para las nuevas generaciones “cabañuelas” es un término desconocido, pero las pasadas las usaban para predecir el clima de todo el año. Consiste en tomar nota del estado del tiempo de los primeros días de enero, con esto se conoce, en teoría, el clima de los próximos meses. Los primeros 12 días predicen el clima de cada mes, es decir, del 1 de enero será el clima de enero y así sucesivamente hasta el día 12, que será diciembre. La cuenta regresiva funciona igual: el 13 de enero vuelve a representar diciembre, el 14 a noviembre y así hasta llegar al 24 de enero, que será enero otra vez. Este método de predicción lo usaban principalmente los agricultores, que a través de la observación podían definir qué meses habría heladas o altas temperaturas, para dedicarse al cultivo”… Absortos por el gran conocimiento del anciano, no falta quien, con cierta malicia retadora le pregunta si le teme a algo en este año que comienza. A lo que el avispado filósofo de las fincas, sin pensar mucho explica: “Voy a parafrasear a mi compa Hemingway, cuando se refería al temor: Temía estar solo, hasta que aprendí a quererme a mí mismo. Temía fracasar, hasta que me di cuenta que únicamente fracaso cuando no lo intento. Temía lo que la gente opinara de mí, hasta que me di cuenta que de todos modos opinan. Temía me rechazaran, hasta que entendí que debía tener fe en mí mismo. Temía al dolor, hasta que aprendí que éste es necesario para crecer. Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras. Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final, sino más bien el comienzo. Temía al odio, hasta que me di cuenta que no es otra cosa más que ignorancia. Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mí mismo. Temía hacerme viejo, hasta que comprendí que ganaba sabiduría día a día. Temía al pasado, hasta que comprendí que es sólo mi proyección mental y ya no puede herirme más. Temía a la oscuridad, hasta que vi la belleza de la luz de una estrella. Temía al cambio, hasta que vi que aún la mariposa más hermosa necesitaba pasar por una metamorfosis antes de volar. Hay que vivir plenamente porque la vida pasa pronto”. Con emoción, alguien le agradece por compartir este conocimiento. ¿Por qué lo haces abuelo?... “Porque hay que ayudar a que más personas vibren en la pureza del amor. Porque debemos ser luz que alumbre el camino hacia un nuevo mundo. Es posible crear un mundo más armónico donde el hombre aprenda a respetarse y pueda vivir en equilibrio con la naturaleza. Sólo es necesario que pueda despertar. Celebremos juntos un nuevo amanecer…”

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