lunes, 1 de marzo de 2021

EDITORIAL

En esta nueva modalidad educativa generada por la pandemia, donde las clases a los niños son de manera virtual, el uso del teléfono celular y de las computadoras, se han hecho herramientas indispensables. Sin embargo como toda herramienta los resultados dependen del uso adecuado que se les dé.


Antes de las clases en línea, y ahora más, la ilusión de cualquier niño es tener un teléfono celular, entre más moderno y complejo, mejor. Los teléfonos “inteligentes” abren un mundo de posibilidades: permiten chatear con los amigos, enviar y recibir fotos, subir y bajar vídeos, etc. Son un instrumento útil en la socialización y pueden también desempeñar un papel relevante en el proceso educativo.


Pero también los teléfonos celulares tienen su lado negativo. Una excesiva dependencia, conduce a los niños al aislamiento, el sedentarismo y a la obesidad. Afecta las relaciones familiares y de padres a hijos. Algunos padres los usan para tener a los niños quietos. Pero hay estudios que alertan de que cinco de cada 10 menores es adicto a las nuevas tecnologías, lo que les hace vulnerables. 


Cada día, se ven más niños y adolescentes con su “Smartphone” con los ojos abiertos como órbitas y sus dedos imparables dándole al aparato y a la pantalla, minuto tras minuto y hora tras hora. Hay jóvenes que nunca se separan de su móvil ni de día ni de noche, se pasan el tiempo mirando el ‘cel’ más que otra cosa.


Hoy en día, el no disponer de móvil es como sentir vergüenza, ser raro e, incluso, ser analfabeto. Actualmente esos usuarios prefieren usar su teléfono, que relacionarse con sus seres queridos. Sin embargo, resultados alarmantes se perciben en las generaciones más jóvenes que han crecido en un mundo digital, son más propensos a adoptar comportamientos problemáticos. 


Los problemas físicos que pueden derivar del uso excesivo de dicho aparato, pueden ser: problemas en el cuello, en las articulaciones de dedos y muñecas, ojos irritados, problemas visuales que derivan en el uso de lentes y trastornos del sueño. Además de obesidad debido al sedentarismo. Pero eso es lo de menos.


Lo más grave son los problemas sociales y psicológicos, ya que el joven va perdiendo la capacidad de socializar, relacionarse o establecer una sana comunicación con su entorno. Se aíslan, se hacen retraídos. Si se les retira el teléfono, se deprimen o tienen comportamientos ansiosos e incluso violentos. Ahí se nota que han generado una adicción. Pues la vida de muchos adolescentes se encuentra en el teléfono: su vida social, sus contactos, sus amistades, aplicaciones, internet y los juegos virtuales.


Como es inevitable su uso, los adultos debemos tener la responsabilidad de vigilar lo que hay más allá de sus pantallas y evitar la dependencia. Para ello, expertos recomiendan no darles un Smartphone hasta que demuestren ser lo suficientemente responsables; impedir el uso del “cel” cuando la familia está comiendo, cuando vayan a dormir o cuando haya reuniones con amistades o familiares; promover las actividades al aire libre que no requieran de tecnología. Evitemos consecuencias mayores... Busquemos el justo medio…




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