lunes, 26 de abril de 2021

Cerca del Cielo. - Por: José Ramon Flores Viveros.

Terror Líquido (II y última parte).-



¿Qué es lo que provocaba en mí la necesidad de tomar? Concretamente, me es muy difícil definir aquellos momentos, aquella necesidad de ingerir alcohol, de pasar de momentos de delicioso placer a la borrachera brutal, a perder la conciencia de la realidad. De lo único que sigo convencido es de que con algunas copas circulando en mi torrente sanguíneo, todo era optimismo y felicidad, todos los problemas podían esperar. Fueron casi diez años en los cuales jamás y nunca pasó por mi mente la posibilidad de ser un enfermo alcohólico. Creo que también jamás y nunca me lo llegué a plantear. El primer signo, la primera señal de esta maldita enfermedad es la negación. Creo que ni negué ni acepté aquellos años, en el que era impotente ante la bebida.


Lo que sí tengo muy presente es aquel lunes 21 de septiembre de 1987 en el que desperté con la idea de no volver a despertar jamás. Ya era mucha angustia y miedo, ya era suficiente, lo suficiente como para no desear más vivir. Lunes 21 de septiembre, me desperté sin nada. Sin trabajo, sin familia, sin dignidad, ¿cuál? La vergüenza ya la había perdido tiempo atrás. ¿Qué es lo que queda cuando el individuo se entrega a la bebida, a la completa irresponsabilidad por la familia y por su trabajo? Pero, sobre todo, por uno mismo, el espejo me devolvía la imagen pura de la derrota física y moral. Jamás y nunca pasó por mi mente que saldría de todo este infierno. Las cartas estaban echadas y solo faltaba esperar lo peor.


Sin embargo, cuando el barco era presa de la tormenta perfecta, cuando el naufragio era más que inminente, sucedió el milagro tan grande como inesperado y también inmerecido. Muchos que anhelaron esta maravillosa lotería divina no la tuvieron y fueron quedándose en el camino. Conocí amigos presos de esta terrible maldición. Escuché concretamente a uno de ellos que siempre tuvo la esperanza de dejar esta adicción; me lo platicaba y me hacía partícipe de sus grandes planes con su vida: “cuando deje de tomar”, me decía.


Pasaba el tiempo y en cada nueva recaída, me hacía saber que ya había entendido, que jamás y nunca volvería a tomar. Entró y salió de los anexos como 30 veces y ya era todo un veterano de estos grupos de ayuda para dejar la bebida. Murió en la raya, el Místico se quedó tirado en la calle, murió como vivió. La sobriedad es todo un misterio. ¿Valdría la pena tener una respuesta a esto?






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