Cerca
del Cielo.
Por:
José Ramón Flores Viveros.
Tenebroso
con Raúl Bárcena Yáñez. ( I DE II PARTES)
Si encomiendas a un hombre más de lo
que puede hacer, lo hará;
si le encomiendas solo lo que puede
hacer, no hará nada.
Rundyard Kipling, escritor y poeta
británico.
Mi felicitación sincera para el
semanario Expresso de Coatepec, al Lic. Ricardo Mora Segura Director General de
esta nueva y fresca propuesta informativa y a todo el equipo de trabajo en este
su primer aniversario.
Tarde pero mi gratitud sincera para el
Director de Centro de Seguridad Social en Coatepec, Octavio Lozano Sánchez, a
Glafira Pineda Melgarejo, Administradora
y al profesor de educación física Francisco Javier Zapata Sierra, por la charla
que pude dar ante niños y adolecentes del campamento de verano.
Aquella mañana de marzo llegamos a la
tenebrosa grieta mayor del Pico de Orizaba. Raúl Bárcena alpinista
internacional nos guiaba por la ruta norte del coloso. Iba a la cabeza de una cordada de 5 alpinistas
norteamericanos. Éramos invitados Mario Rizo Campomanes y yo, de Ricardo Torres Nava, quienes venía -con otra cordada también de
clientes también del vecino país- muchos metros atrás. Había que saltar hacia
arriba, la siempre temible grieta mayor, en una superficie muy inclinada y
cristalizada, cualquier movimiento en falso y sale uno volando. Cuando se llega
a este punto inevitable, después de muchas horas de esfuerzo brutal, esta
maniobra se convierte en algo macabro. Yo subía fuera de la cuerda. Raúl con la
energía propia del guía, me ordenó, atarme también a ellos. “Ramón asegúrate
con nosotros”. Observo unos instantes al pie de la abertura de la grieta,
realizo unos cálculos mentales. Lo veíamos expectantes. Yo la verdad estaba muy
asustado y temblaba visiblemente. Se hizo un silencio en el que estoy seguro de
que se hubiese podido escuchar el vuelo de un sancudo. Raúl seguía realizando
lo que parecía un ritual de respeto hacia la montaña, consciente de la
responsabilidad de la vida de sus clientes.
Tengo muy presente una anécdota insólita
que sucedió en aquellos segundos, que se hicieron una eternidad, toda una vida.
De manera inconsciente dirigí la vista hacia el cielo de un azul metálico impresionante.
Algo llamó poderosamente mi atención, un objeto que realizaba un vuelo trazando
el círculo del cráter del volcán. Al observarlo detenidamente, me di cuenta de
que era un avión comercial y tuve perfectamente claro en mi mente de que
seguramente el piloto de la nave, al indicarles a los pasajeros que disfrutaran
de la impresionante vista del volcán, tuvo que decirles que vieran también los
puntitos de colores, que eran de alpinistas escalando. Repentinamente este
silencio sepulcral, se rompió como cuando se rompe una botella de cristal en el
suelo violentamente. Con mucha determinación y mucha seguridad; Raúl enterró su
piolet y se impulsó hacia arriba, se montó en la pavorosa grieta, paso una
pierna y luego la otra. Se escuchaba su agitada respiración y el sonido metálico,
contundente y seco de su piolet y crampones al enterrarse en el hielo. Los
cristales de las nieves eternas caían al vacio volando como algodones. Ya
estando arriba de nosotros, enterró con vigor su piolet casi hasta la
empuñadura aseguro la cuerda al hacha. Le dio varios giros con la cuerda. Para
que los clientes se pudieran impulsar hacia donde él ya se encontraba. No se
había dado cuenta de que los arrogantes escaladores gringos, no me habían
permitido amarrarme con ellos. Cuando quise hacerlo, sencillamente me
ignoraron. No les gustaba definitivamente mi presencia, aunque sabían que éramos
amigos de Ricardo y Raúl. Fue un momento de mucha tensión, ya que al darse
cuenta Raúl de que subiría sin la seguridad de la cuerda, gritándome me preguntó,
qué era lo que estaba pasando. Cuando le expliqué la razón, en un perfecto y
fluido ingles, les dijo muy enojado que me permitieran atarme a ellos… (Continuara).
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