lunes, 9 de octubre de 2017

Cerca del Cielo.

Por: José Ramón Flores Viveros.

Tenebroso con Raúl Bárcena Yáñez. ( I DE II PARTES)

Si encomiendas a un hombre más de lo que puede hacer, lo hará;
si le encomiendas solo lo que puede hacer, no hará nada.
Rundyard Kipling, escritor y poeta británico.

Mi felicitación sincera para el semanario Expresso de Coatepec, al Lic. Ricardo Mora Segura Director General de esta nueva y fresca propuesta informativa y a todo el equipo de trabajo en este su primer aniversario.

Tarde pero mi gratitud sincera para el Director de Centro de Seguridad Social en Coatepec, Octavio Lozano Sánchez, a Glafira Pineda Melgarejo,  Administradora y al profesor de educación física Francisco Javier Zapata Sierra, por la charla que pude dar ante niños y adolecentes del campamento de verano.


Aquella mañana de marzo llegamos a la tenebrosa grieta mayor del Pico de Orizaba. Raúl Bárcena alpinista internacional nos guiaba por la ruta norte del coloso. Iba  a la cabeza de una cordada de 5 alpinistas norteamericanos. Éramos invitados Mario Rizo Campomanes y yo, de  Ricardo Torres Nava,  quienes venía -con otra cordada también de clientes también del vecino país- muchos metros atrás. Había que saltar hacia arriba, la siempre temible grieta mayor, en una superficie muy inclinada y cristalizada, cualquier movimiento en falso y sale uno volando. Cuando se llega a este punto inevitable, después de muchas horas de esfuerzo brutal, esta maniobra se convierte en algo macabro. Yo subía fuera de la cuerda. Raúl con la energía propia del guía, me ordenó, atarme también a ellos. “Ramón asegúrate con nosotros”. Observo unos instantes al pie de la abertura de la grieta, realizo unos cálculos mentales. Lo veíamos expectantes. Yo la verdad estaba muy asustado y temblaba visiblemente. Se hizo un silencio en el que estoy seguro de que se hubiese podido escuchar el vuelo de un sancudo. Raúl seguía realizando lo que parecía un ritual de respeto hacia la montaña, consciente de la responsabilidad de la vida de sus clientes.


Tengo muy presente una anécdota insólita que sucedió en aquellos segundos, que se hicieron una eternidad, toda una vida. De manera inconsciente dirigí la vista hacia el cielo de un azul metálico impresionante. Algo llamó poderosamente mi atención, un objeto que realizaba un vuelo trazando el círculo del cráter del volcán. Al observarlo detenidamente, me di cuenta de que era un avión comercial y tuve perfectamente claro en mi mente de que seguramente el piloto de la nave, al indicarles a los pasajeros que disfrutaran de la impresionante vista del volcán, tuvo que decirles que vieran también los puntitos de colores, que eran de alpinistas escalando. Repentinamente este silencio sepulcral, se rompió como cuando se rompe una botella de cristal en el suelo violentamente. Con mucha determinación y mucha seguridad; Raúl enterró su piolet y se impulsó hacia arriba, se montó en la pavorosa grieta, paso una pierna y luego la otra. Se escuchaba su agitada respiración y el sonido metálico, contundente y seco de su piolet y crampones al enterrarse en el hielo. Los cristales de las nieves eternas caían al vacio volando como algodones. Ya estando arriba de nosotros, enterró con vigor su piolet casi hasta la empuñadura aseguro la cuerda al hacha. Le dio varios giros con la cuerda. Para que los clientes se pudieran impulsar hacia donde él ya se encontraba. No se había dado cuenta de que los arrogantes escaladores gringos, no me habían permitido amarrarme con ellos. Cuando quise hacerlo, sencillamente me ignoraron. No les gustaba definitivamente mi presencia, aunque sabían que éramos amigos de Ricardo y Raúl. Fue un momento de mucha tensión, ya que al darse cuenta Raúl de que subiría sin la seguridad de la cuerda, gritándome me preguntó, qué era lo que estaba pasando. Cuando le expliqué la razón, en un perfecto y fluido ingles, les dijo muy enojado que me permitieran atarme a ellos… (Continuara).

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