lunes, 9 de octubre de 2017

DESDE EL AULA


Con mucho cariño recuerdo a mi maestra de Lógica, Filosofía y Ética, en la Benemérita Escuela Normal Veracruzana “Enrique C. Rébsamen”. Dolores era su nombre, González su apelativo, menudita, fumadora y puntual, conocía ampliamente las materias que impartía y dominaba una técnica didáctica que le permitía, pese a su gesto adusto, una armoniosa combinación entre lo claro y lo ameno. Disfrutaba su cátedra. Lo tengo presente, para evaluar la asignatura de Ética, nos encargó la elaboración de un ensayo sobre su importancia. Lo realicé y, a petición, lo presté a una compañera para que se diera una idea sobre su estructura, sin imaginar que transcribiría párrafos completos como si fueran suyos. La maestra marcó mi trabajo con una leyenda en letra clara y grande: “Julio, el diez se queda, pero ¿y la confianza?. Me hizo reflexionar, la lección fue clara, la experiencia vívida. Cuesta ganarse y ser merecedor de la confianza, la cual puede perderse en un solo acto, en un momento. Recuperarla es difícil, es más, hay quien piensa que una vez perdida ya no es posible obtenerla de nuevo.


Justo es reconocerlo, con frecuencia alguien le pierde la confianza a otro por las intrigas de un tercero, por eso la prudencia y el sano juicio aconsejan guardar siempre reserva respecto de los comentarios que se reciben, para darse a sí mismo la oportunidad de verificar su veracidad. Ante la poca defensa que se tiene ante los embates de un traidor, o un adulador, normalmente sin talento, queda siempre el consuelo que al final del día las cosas salen a relucir tal cual son y que el tiempo, que nada perdona y nunca tiene prisa, se encarga de poner cada cosa en su justo lugar.

Procuro siempre conducirme bajo esquemas de confianza. Lo considero un valor indispensable para generar ambientes de armonía en los diferentes contextos en que la naturaleza de la convivencia humana nos impone. Si falta, el trabajo colaborativo no se da y los resultados en cualquier empresa resultan magros. Cuando prevalece la desconfianza, surge la intriga, la apatía, se pierde la emoción de la participación y se malgasta tiempo, pensamiento y energía en acciones que se apartan de lo esencial, perdiéndose el sentido de la convivencia y la conjugación de esfuerzos en aras de un propósito superior.


Por cuanto hace a las instituciones, lo que las socava desde sus fundamentos y las vulnera es precisamente la desconfianza con su consecuente falta de credibilidad frente a un ciudadano cada vez más crítico que se siente agraviado. Pensemos por ejemplo en los partidos políticos y el enorme desprestigio que arrastran, realmente la crisis más grave que sufren es que nadie les cree ni les confía. Muchas deben ser las causas que los han llevado a ese estado de degradación, destaco tan solo una: el desprecio y la falta de respeto para con su militancia. Vea usted si no, en el ámbito nacional hay un partido que haciendo un frente con otros, le cierra la puerta a una destacada militante en una aspiración justa y legítima cuando ésta anuncia su posible salida para buscar una vía alterna, se convierte en blanco de comentarios misóginos y corrientes. En el ámbito estrictamente local, sorprende la sugerencia de buscar para la dirigencia del partido en el cual siempre he militado, a persona externa, con lo que se emite un mensaje desalentador: no hay en la militancia del partido un perfil con la capacidad para tomar las riendas en su conducción. 

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