DESDE
EL AULA
Con
mucho cariño recuerdo a mi maestra de Lógica, Filosofía y Ética, en la
Benemérita Escuela Normal Veracruzana “Enrique C. Rébsamen”. Dolores era su
nombre, González su apelativo, menudita, fumadora y puntual, conocía
ampliamente las materias que impartía y dominaba una técnica didáctica que le
permitía, pese a su gesto adusto, una armoniosa combinación entre lo claro y lo
ameno. Disfrutaba su cátedra. Lo tengo presente, para evaluar la asignatura de
Ética, nos encargó la elaboración de un ensayo sobre su importancia. Lo realicé
y, a petición, lo presté a una compañera para que se diera una idea sobre su
estructura, sin imaginar que transcribiría párrafos completos como si fueran
suyos. La maestra marcó mi trabajo con una leyenda en letra clara y grande:
“Julio, el diez se queda, pero ¿y la confianza?. Me hizo reflexionar, la
lección fue clara, la experiencia vívida. Cuesta ganarse y ser merecedor de la
confianza, la cual puede perderse en un solo acto, en un momento. Recuperarla
es difícil, es más, hay quien piensa que una vez perdida ya no es posible
obtenerla de nuevo.
Justo
es reconocerlo, con frecuencia alguien le pierde la confianza a otro por las
intrigas de un tercero, por eso la prudencia y el sano juicio aconsejan guardar
siempre reserva respecto de los comentarios que se reciben, para darse a sí
mismo la oportunidad de verificar su veracidad. Ante la poca defensa que se
tiene ante los embates de un traidor, o un adulador, normalmente sin talento,
queda siempre el consuelo que al final del día las cosas salen a relucir tal
cual son y que el tiempo, que nada perdona y nunca tiene prisa, se encarga de
poner cada cosa en su justo lugar.
Procuro
siempre conducirme bajo esquemas de confianza. Lo considero un valor
indispensable para generar ambientes de armonía en los diferentes contextos en
que la naturaleza de la convivencia humana nos impone. Si falta, el trabajo
colaborativo no se da y los resultados en cualquier empresa resultan magros.
Cuando prevalece la desconfianza, surge la intriga, la apatía, se pierde la
emoción de la participación y se malgasta tiempo, pensamiento y energía en
acciones que se apartan de lo esencial, perdiéndose el sentido de la convivencia
y la conjugación de esfuerzos en aras de un propósito superior.
Por
cuanto hace a las instituciones, lo que las socava desde sus fundamentos y las
vulnera es precisamente la desconfianza con su consecuente falta de
credibilidad frente a un ciudadano cada vez más crítico que se siente
agraviado. Pensemos por ejemplo en los partidos políticos y el enorme
desprestigio que arrastran, realmente la crisis más grave que sufren es que
nadie les cree ni les confía. Muchas deben ser las causas que los han llevado a
ese estado de degradación, destaco tan solo una: el desprecio y la falta de
respeto para con su militancia. Vea usted si no, en el ámbito nacional hay un
partido que haciendo un frente con otros, le cierra la puerta a una destacada
militante en una aspiración justa y legítima cuando ésta anuncia su posible
salida para buscar una vía alterna, se convierte en blanco de comentarios
misóginos y corrientes. En el ámbito estrictamente local, sorprende la
sugerencia de buscar para la dirigencia del partido en el cual siempre he
militado, a persona externa, con lo que se emite un mensaje desalentador: no
hay en la militancia del partido un perfil con la capacidad para tomar las
riendas en su conducción.
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