lunes, 27 de noviembre de 2017

DESDE EL AULA
Profesor Julio Hernández Ramírez

Memorias.

Son las tres de la mañana, me doy vuelta y veo a mis hermanos como marimba atravesados en el catre plácidamente dormidos, en esa quietud que solo la inocencia infantil puede provocar. Atisbo por las rendijas entre las tablas de madera que hacen la pared de la modesta vivienda. Hace frio. Una densa bruma lo envuelve todo y la brisa pertinaz provoca una gotera terca, que rompe impune el silencio de la noche.


Al otro extremo adivino a mi madre fingiendo dormir con un Ave María en la boca y la angustia oprimiéndole el pecho. La veo sentarse sobre la vara del viejo camastro. Como si levitara, se dirige a mí y me susurra al oído: “Ya es bien tarde, la noche está fría y tu papá no ha llegado, de seguro ya se gastó la raya. Le contesto con un indefinido: mmm… En diferentes puntos del pueblo se oye el latir melancólico de los perros que alternan con el ancestral graznido de la lechuza en la vieja higuera. No puedo evitar que el frio recorra mi espalda al recordar que mi abuela asegura que cuando la lechuza grita, alguien va a morir.

La “chirrisca” ladra nerviosa y con más fuerza, se tranquiliza. Oigo unos pasos titubeantes que se acercan y luego un golpeteo torpe en la puerta de madera. Mi madre retira la tranca y entra mi padre pidiendo comer. Son las cuatro de la mañana, ya es domingo. Se oye el chirriar de manteca en la cazuela, frijoles con huevo, el chile verde sobre el comal… todos dormimos ya, o fingimos hacerlo.

Son las seis de la mañana. Me despierta el tañer monótono e impúdico de las campanas dando el primer llamado a la misa dominical. Me doy vuelta, me cubro hasta la cabeza y cierro los ojos. Al rato se acerca mi madre: “hijo, Julio, Julio, ya van a dar la de dos, levántate que nos vamos a misa. Vamos a dar gracias a Dios porque amanecimos con bien. No hagas ruido no vayas a despertar a tu papá. Gruñendo me levanto. En la iglesia hay dos hileras de bancas, una para hombres y otra para mujeres. No se admite colocarse en sección diferente. Van llegando las mujeres en silencio con el cabello aun mojado humedeciendo la espalda y los hombres con el sombrero en una mano, mientras con la otra se alisan inútilmente los mechones, luego entre ambas hileras un cruce de miradas furtivas, cómplices, ansiosas e imprudentes, amores clandestinos, pasiones incontroladas, ansias reprimidas, simulaciones e hipocresías. Los pocos con fervor genuino y un franciscano esfuerzo por empatar el pregón con lo que se hace, salvan el ritual.

Un largo, denso, inaudible, inentendible y anacrónico sermón, conducen a algunos al apacible reino de Morfeo; otros, con bostezos prolongados dejan ver sus muelas más lejanas con caries. Cuchicheos producen un zumbido parecido al de un enjambre. Luego apretones ásperos de manos, algunos abrazos ofreciendo paz y dos largas filas dispuestas a engullir al cordero. No puedo evitar hoy, la evocación al famoso cuadro de Dante.

Regresamos a casa. Mi padre ya no está, se fue al Beisbol, dice mi hermano, donde cuando se gana se festeja y cuando se pierde también. Es domingo, son las seis de la tarde, mi madre espera…

Muchos años han pasado de aquel tiempo, que pese a todo, añoro. Tiempos de penurias, de ilusiones y esperanza, y abrir brecha y hacer camino al andar, siempre verticales. De creer en dios, pero no en las faramallas. Hoy mi padre, resistiendo el paso de los ayeres, crece en mi admiración. Mi madre sigue siendo una auténtica guerrea, estoica, sólida como una roca.

Soy afortunado, gracias a Dios…

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