Por: José Ramon Flores.
El
deporte hace prodigios.
Doña
Edi Morales, enfermera jubilada de 73 años, practica Thai Chi, el deporte le
ayuda a sentirse mejor. “Siendo honesta, me cuesta levantarme, pero una vez que
lo hago, no paro. Ahora después de vivir lo que viví (una grave enfermedad gastrointestinal)
sentí, atrevo a decir, que el deporte es lo mejor. Tengo que estar bien
físicamente, ya que tengo una nieta pequeña y si quiero jugar con ella, debo de
estar bien de salud”.
En
lo personal, cuando logré zafarme de las garras del alcoholismo, el deporte fue
una autentica tabla de salvación en mi naufragio. La práctica del deporte, fue
muy importante, aquellas mañanas subiendo al Cofre de Perote, pujando y dejando
el alma en cada paso que daba, aquel esfuerzo realizado, fueron construyendo el
sólido andamiaje que me sigue manteniendo a salvo.
Una
ocasión que subía penosamente el Pico de Orizaba, solo y mi alma, en aquella
inmensa soledad blanca, el esfuerzo físico me hacía olvidar esta obsesión
momentánea. El día de hoy cierro los ojos y puedo volver a sentir, el violento
sonido del corazón en los oídos, la respiración entrecortada y agitada, jalando
aire por boca y nariz, devorándolo prácticamente. Recordar es vivir, puedo
escuchar, el sonido metálico de los crampones y el piolet al incrustarse en la
nieve congelada. Es un sonido repetitivo, que se convierte en compañía.
Recuerdo también algo muy curioso, la precariedad de oxígeno, el esfuerzo
brutal y la altura provocan alucinaciones y también se escuchan voces. Recuerdo
perfectamente haber escuchado que una voz, que me llamaba por mi nombre.
Conteste y al voltear para poder ver al autor del sonido, solo escuche el aullido
del viento y sin distinguir alma alguna a cientos de metros al alrededor. Un
silencio absoluto y una soledad profunda teñida de blanco.
Said,
niño con un solo brazo, practica futbol americano, cuando corre, agitando su
único brazo, para poder mantenerse de pie, pareciera un halcón, con una sola
ala, luchando con las corrientes de aire para poder elevarse a las alturas. A
Said es insólito, lo que a lo hace sacar lo mejor de sí mismo. Exigirse lo
máximo. Y es, cuando le dicen, que debe de abandonar su intención de ser
jugador de americano. Escuchar que le digan que jamás lograra su objetivo, es
música para sus oídos. El amor y la confianza, que su madre, le infunde
siempre, es un oasis de poder para el pequeño.
Me
hace recordar, hace solo algunos meses, jugando futbol, tuve de rival a una
persona, con un solo brazo también, con mucha vergüenza, reconozco, que con un
mejor rendimiento en la cancha que muchos de nosotros. Conducía el balón con maestría,
y disputaba la pelota, sin limitaciones de ningún tipo. Tanto por arriba como a
nivel del empastado. Uruguay se coronó en el Maracaná, contando entre sus
jugadores con un jugador manco.
El
deporte es una gran herramienta de superación física y espiritual, podría
incluso asegurar que es el elixir de la eterna juventud. El poder del deporte
no conoce límites, recuerdo haber leído en una revista que se editaba hace ya
algunos años, su nombre era Atleta dirigida principalmente a quienes practican
el atletismo. En un articulo de esta revista, hacía mención a un grupo de
personas mayores de 60 años que en un momento de su vida habían sobrevivido a
infartos al corazón, sin haber corrido en su juventud, descubrieron en la
practica de la carrera, una manera de sobrevivencia, evitando caer en una vida
de miedo a cualquier actividad física. Y por increíble que parezca, comenzaron
a realizar verdaderas proezas como correr maratones. Algo de verdad increíble,
fue el poder y misterio del deporte el responsable de este milagro.
Es
una realidad que las limitaciones son inventos de la mente, producto muchas
veces también de lo que escuchamos y aprendemos dentro del seno familiar. Las
circunstancias adversas también son detonantes, como el caso de quienes después
de un accidente tan traumático y grave, como un infarto, descubrieron un tesoro
invaluable, de voluntad, coraje y disciplina. Recuerdo que cuando leí el
artículo, se me hizo casi imposible de creer. Y es que así son los milagros,
muy difíciles de creer. Viví la carrera en carne propia durante muchos años,
sin propósitos de competencia, si no por salud y como preparación, y es una
cuestión adictiva. Cuando se corre, el cuerpo produce dopamina, que provoca
felicidad, mas de una vez, corriendo fui invadido por accesos de risa sin
control y sin chiste de por medio. Era, sin mentir en esos momentos, un
candidato natural para el manicomio, además de que mi cara, no me ayuda nada
como para pensar que sea un tipo cuerdo.
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