martes, 25 de diciembre de 2018

Columna 33



Por Carlos Lucio Acosta
         
No se trata de buscar la cuadratura al círculo. El presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, ha definido con precisión matemática la ruta de sus seis años de gobierno. En los dieciséis libros escritos en el curso de treinta y un años, de 1986 al 2017, expone la base ideológica del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y define la línea política, económica, social, cultural, religiosa, científica y tecnológica del país.

En las dos campañas consecutivas en busca de la gubernatura de Tabasco, de 1993 a 1994, perfila las ideas básicas que intentaría realizar en el caso que ganara.
En los dos períodos por obtener el triunfo en las elecciones presidenciales del 2006 al 2018, anuncia la disposición de sacar de la residencia oficial de Los Pinos al PRI, para contener el avance de la corrupción institucionalizada. Y en la contienda que lo ubicaría en la Jefatura del Ejecutivo Federal del 2018 al 2024, reitera las ideas principales de los argumentos expuestos en pláticas informales, entrevistas, foros, debates y discursos, realizados en el transcurso de los últimos treinta y dos años de intenso y desgastante trabajo político de 1986 al 2018.

Andrés Manuel López Obrador sabe perfectamente hacia donde dirige sus pasos y tal vez uno que otro de los cercanos compañeros migrantes del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Resulta paradójico que activistas en la aventura electoral, senadores, diputados federales, gobernadores, diputados locales, presidentes municipales, síndicos, regidores, agentes municipales y aliados en tareas administrativas, ignoren de manera deliberada o de forma accidental, el pensamiento y las acciones de un hombre que ha demostrado con pelos en la mano lo que significa hacer política en serio y política de a mentiras.

Las designaciones de sus Secretarios de Estado y de sus cercanos colaboradores, demuestran la habilidad del hombre que sabe lo que es estar arriba y el estar abajo, el tener poder y el no tener, el saborear el triunfo, pero también paladear la derrota. El combinar las nuevas con las viejas generaciones significa afianzar el presente y mirar al futuro, preparar cuadros, adiestrar militantes y eslabonar la cadena de la continuidad histórica. Los resultados de este tipo de mezclas fortalecen o debilitan a instituciones, a partidos políticos y a responsables de cargos administrativos o de elección popular. Leamos el por qué.

El gobierno de Fidel Herrera Beltrán se rodeó de amigos y jóvenes, pero no con la idea de preparar a las futuras generaciones de servidores públicos, sino con el propósito de explotar y manipular al máximo la inexperiencia de colaboradores. El adicto a las ciencias ocultas le molestaba la corrección de sus órdenes, las cuales debían realizar al pie de la letra dictada, aunque fuesen erróneas. Y por la misma ruta se condujo Javier Duarte de Ochoa, el más destacado y brillante de sus alumnos; colérico, explosivo, emocionalmente inestable, rencoroso, lleno de basurillas mentales. La dupla funcionó por la simpleza de padecer la misma enfermedad. Su origen los atormentaba, la manera en que escalaron posiciones políticas y trabajos administrativos, no los dejaba respirar. Actuaban guiados por el instinto, no por el razonamiento.

Y el gobierno veleidoso de Miguel Ángel Yunes Linares no se quedó atrás. Autoritario, impositivo, propietario de la más pura de las verdades. Siempre tenía la razón de su lado, la mantenía secuestrada de por vida. Los tres, sin proponerse, documentaron con amplitud el arte de hacer política y la aplicación de la ciencia financiera, pero no en sus cuentas personales o inversiones bancarias, sino sobre los recursos económicos provenientes del erario público.

En el gobierno de Veracruz, iniciado el primero de diciembre del 2018, destaca la presencia de más jóvenes promesas que de auténticos veteranos de la guerra electoral o de lucha administrativa. Gobernar con amigos es bueno, alienta confianza, pero con expertos propicia la solidez de la eficiencia, enmarcada por el conocimiento. Entre Manuel López Obrador y Cuitláhuac García Jiménez, existe la distancia de la profesión, de la edad, de militancia, del coraje y de la tenacidad, pero también eso que algunos llaman disciplina, institucionalidad y liderazgo.

Más vale un grito a tiempo que mil después. López Obrador ha sido lo suficiente claro: sumar no restar, multiplicar no dividir. La línea política del jefe del Ejecutivo Federal es más clara que una copa con aguardiente de noventa grados de caña de azúcar. Respetar y cumplir las indicaciones de López Obrador es la mejor forma de apoyar la causa, para sacar al estado y al país de la barranca. En el turbio negocio de la política todos son necesarios, pero ninguno imprescindible. Ay de aquellos que por soberbia no quieran aceptar el mensaje. Ay de aquellos.

carlos.lucioacosta@rocketmail.com


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