Por
Carlos Lucio Acosta
No
se trata de buscar la cuadratura al círculo. El presidente constitucional de
los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, ha definido con
precisión matemática la ruta de sus seis años de gobierno. En los dieciséis
libros escritos en el curso de treinta y un años, de 1986 al 2017, expone la
base ideológica del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y define la
línea política, económica, social, cultural, religiosa, científica y
tecnológica del país.
En
las dos campañas consecutivas en busca de la gubernatura de Tabasco, de 1993 a
1994, perfila las ideas básicas que intentaría realizar en el caso que ganara.
En
los dos períodos por obtener el triunfo en las elecciones presidenciales del
2006 al 2018, anuncia la disposición de sacar de la residencia oficial de Los
Pinos al PRI, para contener el avance de la corrupción institucionalizada. Y en
la contienda que lo ubicaría en la Jefatura del Ejecutivo Federal del 2018 al
2024, reitera las ideas principales de los argumentos expuestos en pláticas
informales, entrevistas, foros, debates y discursos, realizados en el
transcurso de los últimos treinta y dos años de intenso y desgastante trabajo
político de 1986 al 2018.
Andrés
Manuel López Obrador sabe perfectamente hacia donde dirige sus pasos y tal vez
uno que otro de los cercanos compañeros migrantes del Partido de la Revolución
Democrática (PRD). Resulta paradójico que activistas en la aventura electoral,
senadores, diputados federales, gobernadores, diputados locales, presidentes
municipales, síndicos, regidores, agentes municipales y aliados en tareas
administrativas, ignoren de manera deliberada o de forma accidental, el
pensamiento y las acciones de un hombre que ha demostrado con pelos en la mano lo
que significa hacer política en serio y política de a mentiras.
Las
designaciones de sus Secretarios de Estado y de sus cercanos colaboradores,
demuestran la habilidad del hombre que sabe lo que es estar arriba y el estar
abajo, el tener poder y el no tener, el saborear el triunfo, pero también
paladear la derrota. El combinar las nuevas con las viejas generaciones
significa afianzar el presente y mirar al futuro, preparar cuadros, adiestrar
militantes y eslabonar la cadena de la continuidad histórica. Los resultados de
este tipo de mezclas fortalecen o debilitan a instituciones, a partidos
políticos y a responsables de cargos administrativos o de elección popular. Leamos
el por qué.
El
gobierno de Fidel Herrera Beltrán se rodeó de amigos y jóvenes, pero no con la
idea de preparar a las futuras generaciones de servidores públicos, sino con el
propósito de explotar y manipular al máximo la inexperiencia de colaboradores. El
adicto a las ciencias ocultas le molestaba la corrección de sus órdenes, las
cuales debían realizar al pie de la letra dictada, aunque fuesen erróneas. Y
por la misma ruta se condujo Javier Duarte de Ochoa, el más destacado y
brillante de sus alumnos; colérico, explosivo, emocionalmente inestable,
rencoroso, lleno de basurillas mentales. La dupla funcionó por la simpleza de
padecer la misma enfermedad. Su origen los atormentaba, la manera en que
escalaron posiciones políticas y trabajos administrativos, no los dejaba
respirar. Actuaban guiados por el instinto, no por el razonamiento.
Y
el gobierno veleidoso de Miguel Ángel Yunes Linares no se quedó atrás.
Autoritario, impositivo, propietario de la más pura de las verdades. Siempre
tenía la razón de su lado, la mantenía secuestrada de por vida. Los tres, sin
proponerse, documentaron con amplitud el arte de hacer política y la aplicación
de la ciencia financiera, pero no en sus cuentas personales o inversiones
bancarias, sino sobre los recursos económicos provenientes del erario público.
En
el gobierno de Veracruz, iniciado el primero de diciembre del 2018, destaca la
presencia de más jóvenes promesas que de auténticos veteranos de la guerra
electoral o de lucha administrativa. Gobernar con amigos es bueno, alienta
confianza, pero con expertos propicia la solidez de la eficiencia, enmarcada por
el conocimiento. Entre Manuel López Obrador y Cuitláhuac García Jiménez, existe
la distancia de la profesión, de la edad, de militancia, del coraje y de la
tenacidad, pero también eso que algunos llaman disciplina, institucionalidad y
liderazgo.
Más
vale un grito a tiempo que mil después. López Obrador ha sido lo suficiente
claro: sumar no restar, multiplicar no dividir. La línea política del jefe del
Ejecutivo Federal es más clara que una copa con aguardiente de noventa grados
de caña de azúcar. Respetar y cumplir las indicaciones de López Obrador es la
mejor forma de apoyar la causa, para sacar al estado y al país de la barranca. En
el turbio negocio de la política todos son necesarios, pero ninguno
imprescindible. Ay de aquellos que por soberbia no quieran aceptar el mensaje.
Ay de aquellos.
carlos.lucioacosta@rocketmail.com
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