martes, 19 de marzo de 2019

Cerca del Cielo - TERROR ROJO EN LAS ALTURAS. - Por: José Ramón Flores Viveros

Hace ya algunos años en Bolivia, me encontraba platicando con el guía boliviano Carlos Mamani, un experto guía de alta montaña en la cordillera blanca. Un tipo muy sencillo de origen humilde de familia campesina. Su país es pobre y con limitadas oportunidades de empleo. En la Paz, abundan las agencias de alta montaña, que brindan servicio desde senderismo simple hasta escalada de alto nivel en los Andes.

Carlos comenzó en sus primeras expediciones, como porteador, cargando equipo y los víveres de las expediciones, Con los años, su pasión por las montañas y las ganas de progreso, lo convirtieron en un experto guía. Actividad que casi siempre se mancha de sangre y drama. Precio que también llegan a pagar con la vida. Los accidentes de alta montaña son experiencias terroríficas, quien las vive en carne propia y si se sobrevive para contarlas, quedan secuelas emocionales permanentes.

No pude evitar preguntarle de los accidentes vividos como guía profesional, me dijo algo que me impactó y de lo que se negó momentáneamente a darme detalles. “Ramón, los accidentes de montaña, son algo traumático, difícil de asimilar y de superar, también vives experiencias inexplicables y muy fuertes para la salud emocional”. Se quedó callado, yo esperaba que me explicara a qué se refería, solo encontré silencio. Su mirada fría como el hielo de las montañas, me indicó que el asunto era muy serio. Respeté su silencio y no le pedí ninguna explicación. Fuimos más tarde a comer, entonces me ofreció una disculpa, por su extraña actitud, “Tiene años que no hablaba de esto Ramón, con nadie, ni con mi esposa, pero me inspiras confianza y se que no te vas a burlar ni a suponerme loco”.

“Hace algunos años llego un grupo de pakistaníes, deseaban ser guiados en el Condoriri, yo apenas comenzaba a guiar grupos y el Condoriri apenas lo había subido un par de veces, no me sentía muy seguro de hacerlo, esta montaña, tiene una parte muy inclinada y expuesta a una caída vertical de 800 metros, el dueño de la agencia me animó de subir a los asiáticos, eran 4. Con los grupos, mientras más pequeños, te mueves más rápido. Acepté con muchas dudas, algo me decía que no debía hacerlo, pero los clientes venidos de tan lejos, termino por convencerme”.

“Estando en la montaña, con los pakistaníes y un guía de apoyo, progresábamos muy bien, las condiciones ambientales eran extraordinarias, los clientes con una gran condición física, no pedían pausas de descanso en el ascenso la exigencia era mayor. Sabia que los musulmanes hacen oración a una determinada hora y la realizan donde se encuentren, subíamos con tanta energía que llego un momento que desee, que fuera momento de oración para ellos y poder descansar”.

“Entramos a una canaleta con una pendiente muy profunda, Encabezaba el grupo en fila india, decidí que avanzáramos sin cuerda, comencé a sentir angustia sin explicación, sentía a mis clientes más expuestos, pero la pendiente era tal, que si alguien rodaba, la cuerda nos jalaría a todos. Vi el reloj eran 11:15, si manteníamos el mismo paso, a las dos de la tarde estaríamos en la cumbre, la cual tiene forma de triángulo equilátero. Volteaba con frecuencia para no perderlos de vista, recuerdo que necesitaba parar un momento a descansar, con la mano hice una señal, estaba agachado, cuando de pronto, el guía de apoyo me gritó, fue un grito de terror: “Carlos, por amor de Dios, qué es esto”, sentí que una ola de calor abrazante pasaba junto a mí, dominados por el miedo, todos salimos disparados para donde pudimos, comencé a rodar, había nevado la noche anterior, todos fuimos frenados metros abajo por la nieve acumulada, solo un pakistaní rodo como 100 metros y con la mano nos indicó que todo estaba bien, ¿Qué fue lo que había ocurrido?”

“Los asiáticos reían nerviosos y en su inglés escaso se referían a un círculo rojo. Mi guía no podía hablar, lo único que hacía era tragar saliva, subimos al lugar donde había ocurrido todo; lo que encontramos nos congeló la sangre, dos de los piolets estaban grotescamente torcidos, el fierro quemado, unas cuerdas calcinadas, mi mochila rota con quemaduras, olía a fierro quemado. Decidí cancelar el ascenso y bajar de inmediato. Acordé también junto con el grupo, no hablar con nadie de este hecho insólito. Al regresar a La Paz, tuve que ir con un dermatólogo, la espalda me quemaba, el especialista me preguntó si había sido sometido a quimioterapia, porque eran quemaduras similares a las que provoca el agresivo tratamiento. Ramón ojalá y tomes de la mejor manera esto que te estoy confiando”.

También recuerdo que, en ese año1996, no pasaba por mi mente escribir aun, y también me preguntó con cierta ironía “¿no eres periodista, verdad?”.

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