El campo luce desolado. La lluvia sigue ausente negando su visita, ingrata como si supiera que con ansia se le espera. Las plantas muestran sus hojas retorcidas por la sed y los surcos se han tornado ralos, tanto que de orilla a orilla se puede ver. Las aves nocturnas melancólicas parecen implorar y en el día, bajo el sol abrazador todo permanece quieto. En las rehoyas y cañadas que guardan humedad el verde permanece, pero en las lomas, donde el suelo es barroso o arcilloso todo languidece.
En las melgas y veredas, en el atrio y los corredores, en el portal de la escuela, en el punto de llegada y espera, en la sala y en la cocina, un solo comentario: no quiere llover. Dios nos está castigando por todas nuestras iniquidades. Por fin, el anuncio por micrófono de que al día siguiente en procesión se sacará a San Isidro Labrador, patrono del lugar, por los campos para que vea lo triste que se encuentra y se conmueva con la esperanza que se manifiesta en los rostros curtidos de quienes todos los días humedecen el surco con su sudor y le arrancan tesoneros los frutos a la tierra. Cantos de alabanzas, rezos fervorosos, murmullos casi inaudibles, miradas furtivas, cohetones que hacen añicos al silencio. Sudorosos y cansados, pero llenos de fe, abandonan al Santo en su palco. Las mujeres en parejas o pequeños grupos regresan presurosas a sus hogares aprovechando el trayecto para recrearse entre las “comidillas” del pueblo; los hombres algunos, pasan por el “trago” o la “amarga”, claro para la sed.
Fue un hermoso aguacero en una tarde de abril. Llegó como suelen llegar las cosas importantes, sin avisar, de pronto el cielo se llenó de nubes y se hizo el milagro. Llegó cuando tenía que llegar, no antes ni después, a veces nos cuesta trabajo entender que la naturaleza y Dios no están para cumplir caprichos.
Con algunos matices todos los años sucede lo mismo. Los mismos ciclos, la misma ansiedad, la misma espera, pero poco cambiamos. Insensatos creemos que nuestros actos, ya sea en lo individual lo en lo colectivo, no tiene consecuencias, olvidamos una ley que no por ser elemental es menos certera: a toda acción corresponde una reacción. Queremos que todo suceda con regularidad pero los atentados a la naturaleza parecen no tener fin. Contaminación, tala inmoderada, uso indiscriminado de fungicidas y fertilizantes químicos, cultivo de semillas genéticamente alteradas, son apenas unos ejemplos, porque también en nuestro espacio inmediato, el que resulta ser de nuestra estricta responsabilidad y control, tampoco observamos conductas de respeto al entorno natural. Luego nos dolemos que actualmente los fenómenos meteorológicos parecen atípicos, de pronto la naturaleza se manifiesta con violencia. Sequía, inundaciones, temperaturas mayores, alteraciones en las estaciones del año, fríos en verano, calor intenso en invierno, etc.
Es bueno tener fe, esperar el milagro, eso está bien, siempre y cuando se acompañen con actos concretos, rezando y trabajando. Esperando y cuidando. El tiempo es ya.
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