ESCALOFRIÓ BLANCO Y ANIVERSARIO DE COLUMNA. ( I DE II PARTES)
Leyendo el libro de uno de los supervivientes de los Andes, de Carlos Páez, “Después del día diez”, que me enviara desde Montevideo, la mamá del periodista uruguayo Ramiro Priscal. Transcribo este fragmento, que me hizo recordar algo que viví en carne propia en Bolivia.
“El piloto estaba en muy malas condiciones. Yo no soy médico, por supuesto, apenas puedo decir en lenguaje vulgar, que estaba deshecho. Todo el tiempo repetía que habíamos pasado Curicó, que habíamos pasado Curicó. Esa fue su cantinela obsesiva, hasta que se murió. O sea que, aun en gravísimo estado que se encontraba, él seguía convencido de que había ido por el buen camino, que no se había equivocado. A los dos tripulantes que iban sentados en el ultimo asiento, nunca mas los encontramos, desaparecieron, cuando el avión se partió.”
“El caso de Carlos Valera fue también impresionante. ¿En realidad, que no lo fue en esta historia? Inmediatamente después de que el avión se desplomara, cuando se partió en dos, vimos que venia bajando de la montaña. ¡Estaba vivo y se dirigía hacia nosotros! Y de pronto se perdió en un precipicio. Se lo trago la tierra. O, mejor dicho, la nieve. No pudimos ayudarlo, nada estuvo a nuestro alcance para librarlo de su final. La nieve estaba muy blanda, dábamos unos pasos y nos enterrábamos hasta la cintura. De todos modos, aunque hubiéramos podido llegar hasta el lugar, hubiera resultado demasiado tarde”.
El relato de Valero, trajo a mi mente una escena escalofriante, cuando sin saberlo en Bolivia, en un acto de total ignorancia e inconciencia, sin preguntar a los guías, estábamos en un campamento intermedio en la montaña, y motivado por la necesidad de ir al baño. Me comencé a alejar del grupo, y me interné en una zona, que a la vista parecía inofensiva y hasta cierto punto con una apariencia angelical.
Tuve en un momento la rara sensación de estarme desplazando sobre una nube por la textura suave de la nieve, pero esto solo fue un instante, ya que, de forma repentina, el terreno adquirió una textura inestablemente dura. Fueron como 40 metros los que avance, buscando donde orinar. Un grito de uno de los guías me puso al borde de la butaca.
Caminaba sin saberlo como el condenado a la horca, sobre el cadalso mi ignorancia, me había puesto al borde de una escalofriante situación casi de muerte.
Caminaba sobre una ligera superficie del grosor de una tortilla, una minúscula película de hielo que cubría una pavorosa grieta. En lo que fueron los segundos mas largos de mi vida, volví a recorrer de regreso la distancia. En lo que se convirtió una suplica por parte de los bolivianos, me pedían que no fuera a correr…Continuará
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