Lluvias y mosquitos.- Nuevamente los ríos volvieron a rugir entre las cañadas; una vez que terminó la canícula anual, llegaron los fuertes aguaceros con truenos y relámpagos propios de agosto y septiembre, que vienen a abastecer de la necesaria humedad a las fincas y arboledas de los cerros y las barrancas de toda la zona. Nuevamente surgen manantiales en las laderas y las matas de café brillan agradecidas, ya cargadas de abundantes granos verdes que prometen madurar en breve, cumpliendo el ciclo anual de cada cosecha. Los campesinos que saben leer el clima, saben que deben iniciar su jornal más temprano, porque por las tardes las lluvias ya no les permiten seguir su labor. Ahora tienen que llevar un hule, cuidadosamente doblado en su morral, porque no es extraño que sin anunciarse, llegue un aguacero que los moja completitos. A veces, como emergencia cortan una frondosa hoja de plátano para taparse de la lluvia, pero que invariablemente resulta insuficiente. Ahora se dificulta más encontrar leña seca para la lumbre, porque en su mayoría está mojada por el temporal. Pero se las ingenias y con unos periódicos prenden el fuego y ponen a secar las varañas delgadas para ir acercando la leña más gruesa. Aunque con más humo, consiguen siempre hacer la fogata donde calientan su bastimento. Entre la convivencia donde se comparten las memelas, los tacos de nopales con huevo, las gorditas de frijol y la salsa de verdolagas, el comentario obligado es de que en la ciudad y en algunas congregaciones, ha aumentado la incidencia del dengue. Enfermedad que es contagiada por un mosco y que consiste en altas temperaturas, salpullido, mareos, pero sobre todo, un dolor insoportable de huesos y articulaciones, lo que le ha dado el nombre en algunos lugares de “quebranta huesos”. “Ya se le salió de control a salubridad y tampoco tiene capacidad de atender a tanto infectado”, comenta uno de los asustados campesinos, que aunque enchilado, con la mirada solicita la opinión del anciano correoso, letrado y homeópata pragmático, conocedor de las propiedades de muchas yerbas que lo han mantenido sano durante casi nueve décadas. Sin dejar de resoplar por lo enchilado por la salsa de chiles conguitos, el viejo taumaturgo de los cafetales solo se limita a decir: “Que tomen el crucetillo”. Y continúa palmeando una tortilla caliente para abastecerla de una generosa cantidad de salsa. Los demás compas no acaban de entender tan dogmática aseveración, por lo que no dudan en pedirle que abunde sobre tal receta. Dándole un trago a su pesado calabazo, se limpia la boca con la manga de la camisa y con solemnidad explica: “El crucetillo es una fruta parecida a la guayaba que se da en zonas cálidas en un árbol espinoso. Su nombre obedece a que sus ramas terminan en espinas con forma de cruz. Desde los abuelos se ha utilizado como contraveneno. Contra la mordedura de víboras o piquetes de arañas venenosas, es muy efectivo, vamos hasta se han salvado caballos de envenenamiento. A la fruta se le hacen unas cortaduras y se ponen en números nones en aguardiente hasta que suelta y se pone negro. Hay quienes le ponen otros menjurjes, pero así de simple es muy efectivo. Y ahora se ha comprobado que previene el dengue o lo cura a quien ya se infectó. El mosco le hace los mandados”. Uno de los campesinos le pregunta que a donde lo puede conseguir pues tiene un tío que lleva dos semanas en cama y no aguanta los dolores. A lo que el viejo sabio curtido por muchas canículas y por muchas yerbas, le comenta: “Tradicionalmente se ha preparado de manera artesanal y se guardaba para casos graves, ahora ya se comercializa. Yo sé que el que tiene uno muy bueno es mi compa Fernando Mendoza, allá en su rancho de Agua-Alegre, pues además de saber mucho de abejas, también prepara sus menjurjes, pues hasta un repelente hecho a base de yerbas tiene y es muy bueno”. Sin decir más, se dio la vuelta para encender un cigarro sin filtro, que además de servir para la digestión, sirve “pa’ espantar el mosco”…
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