martes, 2 de junio de 2020

Cerca del Cielo - Por: José Ramón Flores Viveros

Responsabilidad Mortal parte 2



Hubert luchaba para tomar el timón del último y definitivo tramo del ascenso, una pendiente con una verticalidad espeluznante con tramos de hielo cristalizado, nunca en toda su vida como montañista había tomado el papel de guía. Tenía que imponer carácter y liderazgo sobre dos alpinistas experimentados en una ruta que había seguido y concluido con éxito, pero una cosa era hablar de las rutas y otra estar en la traicionera montaña, que para algunos es un ser vivo sin sentimientos como su helada superficie, un simple error en ella resulta fatal.


El francés intuía su responsabilidad, y repetía: si sucede un accidente, o una avalancha “que el muerto sea yo”, eso fue una revelación misteriosa al darse cuenta de que cada decisión que tendría que tomar era de vida o muerte a más de 8 mil metros de altura no había lugar para la ironía mucho menos para la improvisación, tomó la seriedad que se necesitaba para tomar el cargo y trasmitir confianza.


Se enfrentaron al último tramo del siempre peligroso Cho Oyu con una pendiente muy aguda de hielo duro como el acero donde hacer penetrar el crampón y el piolet era una tarea diabólica, había que golpear con el pie de manera repetida y con mucha fuerza hasta sentir que había agarre para poder dar el paso. Esto provoca un gasto de energía extra, muy precaria a estas alturas. Recuerdo en mis ascensos que además, la proximidad de cumbre provoca que la mente se programe para la culminación del ascenso, es la peor lucha que el ser humano libra a diario: contra uno mismo contra las barreras mentales. Hubert tuvo un momento de revelación en que se dio cuenta que tenía que asumir el papel de líder y era una obligación hacerlo, el momento no permitía medias tintas ni miedos absurdos, estaba ahí por decisión propia, una seguridad y confianza desbordada lo comenzó a invadir.


Hasta ese momento subían unidos a una cuerda y les dijo que había que subir sueltos, su español no era muy bueno pero suficiente para hacerse entender y jadeaba profundamente al hablar por el esfuerzo físico descomunal que estaban realizando. Después de este corto diálogo un silencio sepulcral cubrió a los tres alpinistas que comenzaron a progresar sobre la sólida superficie, solo se escuchaba la violenta respiración de los escaladores y el sonido metálico de las herramientas. Luego de una agónica hora y tres cuartos al voltear hacia arriba ya no había más montaña solo nubes.... habían llegado a la cumbre del Cho Oyu. 


Truxler sabía que era un triunfo de la fe sobre la duda, los ecuatorianos se abrazaban eufóricos. Era una verdad absoluta, decía, que ahora les esperaban algunos años por delante para pagar el dinero que había pedido prestado para esta expedición. 


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