lunes, 1 de junio de 2020

DESDE EL AULA - Por: Prof. Julio Hernández Ramírez

Dicen que es normal que ya entrado en años se recuerda lo lejano y se olvida lo cercano. No es mi caso, porque respecto a las personas que quiero, y también de las que no, recuerdo lo primero y lo último; respecto de ti, con mayor claridad, no por prodigio, sino porque es imposible de olvidar.


Las estaciones del año se marcaban con precisión, el otoño se iba puntual como a tiempo llegaba el invierno, luego la primavera alegre como un carnaval, esperando el verano con sus largas tardes seductoras y los aguaceros que todo pintaban de verde intenso. En el invierno los cafetales maduraban su prodigioso y aromático fruto, la niebla los envolvía y temporales de muchos días llenaban de apremio al agricultor ante el riesgo de perder su cosecha.


Las madrugadas eran frías; a las cuatro de la mañana oía los jicarazos de agua helada. Sabía que te estabas bañando. Y de reojo bajo la cobija miraba como te alisabas el cabello empapado para luego, hábil de tejer una trenza que dejabas caer sobre tu espalda, luego, salías presurosa al molino por la masa; llegabas y empezabas el ritual de hacer las tortillas como si aplaudieras en una fiesta, al tiempo que se oía el chirriar de la manteca hirviendo cuando le vaciabas los frijoles y huevos con unos chiles secos sin abrir, al otro lado del bracero, la olla de café caliente que se acompañaba con un gajo de resobado. Al amanecer el lonche estaba listo, el calabazo con agua, los tenates de palma con las lonas adentro, el par de cochinos amarrados con ración de maíz y agua para el día, y luego a la finca, a cortar café. Por su puesto tú nos ganabas a todos y por la tarde, al parecer incansable a preparar la cena, a lavar ropa, y revisar que los cerdos no estuvieran enredados. Esa era la rutina de lo cotidiano, lo que no se puede olvidar.


Era un sábado por la tarde, lo recuerdo ahora y bien. Me dijiste: Julio -mi nombre siempre me ha gustado cuando lo pronuncias tú, lo oigo diferente- vamos con tío Javier, llegó don Toño con don Rafa con los cochinos y dicen que están bien bonitos. Ellos venían a caballo desde el Trapiche del Rosario, cada uno con dos costales de lechones pendiendo de la cabeza del fuste de manera acomodado sobre el lomo de los nobles equinos. Los auscultabas y seleccionabas más por emoción que conocimiento y luego de un intenso regateo te llevabas dos cerdos en un costal. Por el camino me susurraste: Julio vamos a engordar los cochinos para comprar tabiques y empezar nuestra casa para que ya no sea de tabla. Lo lograste, siempre ha sido así, resuelta, valiente, generosa, incansable.


Tengo tantas cosas que platicar, tantos recuerdos anclados, tanta admiración y agradecimiento, tantos dolores callados, tantas emociones contenidas… tanto amor. Madre, recién cumpliste 80 años y nada ni nadie nos contuvo para estar contigo. Tus 8 hijos, tus muchos nietos, tus hermanos, todos juntos reconociendo que eres una mujer admirable.


Te vi feliz y me sentí igual. Te conozco, sé que el mejor regalo que podías recibir es el que estuviéramos todos contigo y para mí, mis hermanos no hay dicha mayor que seas nuestra madre.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario