lunes, 12 de abril de 2021

Cerca del Cielo - Por: José Ramón Flores

Terror líquido primera parte.



En el extravío que sufrí hace 33 años, cuando contaba con 29 años de edad, sin expresión en el rostro, con uno setenta y siete de estatura, aunque parecía de menos, ya que caminaba agachado, sin fe en nada ni nadie, no trasmitía ni inspiraba nada. Era un autómata, un ser sin vida. Que, aunque pareciera increíble, creo que solo me quedaba esperar la desaparición física. Es de verdad inconcebible que la muerte se pueda convertir en una esperanza. Ignoraba que un verdadero milagro se estaba gestando en mi entorno. Una clorofila divina, como en los árboles y en las plantas, estaba circulando lentamente en mi cuerpo. En desesperada caída libre, solo atinaba a dar rasguños al viento, como cuando se cae de las alturas y se trata inútilmente de asirse a algo. Así me pasó aquellos días de combate, como la obra de Paco Ignacio Taibo II.


Todo había comenzado cómo inician todas las historias de la vida, como decía mi padre don Ramón Flores Méndez: con el inocente placer de una buena cerveza. Los efectos al principio eran casi desapercibidos, pero la sensación era muy agradable. Tenía entonces 15 años de edad, tímido hasta las últimas consecuencias, comencé a experimentar con los primeros tragos, un aplomo desconocido, pero también tan necesario. Mi primera borrachera en forma, me la avente a los 15 años de edad. Ya no fue el esbozo placentero que me habían proporcionado las primeras “chelas”. La borrachera fue brutal, con los cuates de la preparatoria. Había firmado mi sentencia de angustia y miedo, el principio del fin. Recuerdo a algunos de nosotros cayéndonos de borrachos; una borrachera sin argumento alguno. 


Aquella primera cruda oficial, casi para salir a la escuela, con el estómago revuelto, y con unas ganas tremendas de vomitar. Mi madre, consciente de mi estado, me obligó a tomar atole. No fue una invitación, por supuesto, fue una orden. Milagrosamente conseguí retenerlo en el estómago. Me sentía tan mal, que, como un rayo fugaz pasó por mi mente, que el precio de aquellos momentos de ficticia alegría y confianza en uno mismo, había resultado muy caro. Si alguien me hubiera dicho que había entrado de manera directa al tobogán de la bebida, adicto al terror líquido, no sé cómo hubiera reaccionado. Recuerdo que la resaca me hizo pensar en no volver a repetirlo. Tampoco imaginé que, además de Dios y Doble A, las crudas físicas y morales fueran determinantes en estos casi 34 años de abstinencia. Como lo es siempre con el chupe en los inicios. No recuerdo que tiempo pasó, pero el caso fue que esta primera cruda pronto quedó en el olvido. 


El terror líquido, como si se tratara de la aplicación de un suero, había comenzado a invadir, mi cuerpo y mi alma. Cuando veo mi pasado alcohólico, como si fuera conduciendo un automóvil, es como si viera los espejos laterales. Cuando “espejeo” para recordar mi pasado alcohólico, recordar aquellos días de combate, porque aun sobre el falso placer de la fiesta, se disfruta superfluamente de la vida. También hubo espontáneos momentos de batalla por regresar al camino asfaltado, al buen camino. Algo siempre me dijo que andaba mal, que me dirigía directamente al cadalso. Que me estaba convirtiendo en un enfermo, en un adicto al terror líquido… (Continuara).








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