lunes, 12 de abril de 2021

DESDE LA FINCA


Ignorar lo que no sabes.- Pasó la Semana Santa que en esta región cafetalera es cumplida y respetada, ya no se vieron las peregrinaciones, pero la gente de campo es ferviente creyente y respetuosa de estos días. Los ríos de la región se llenaron de gente que por tradición acude en busca del agua de vida. La primavera ha estado inestable pues ha llovido y ha hecho frío, pero también hay días de fuertes calores. Los campesinos realizan sus labores en el campo, fieles a los ciclos agrícolas, dan mantenimiento a las matas de café después de la cosecha. Mientras ellos chapean, los inquietos perros que les acompañan también juguetean divertidos. Perros que son de guardia, caza y compañía, acostumbrados a trabajar a la intemperie, cumpliendo fielmente su función. Al verlos no falta quien comenta que los perros que viven en la ciudad, actualmente han sido modificados en su conducta. En lugar de cuidar hay que cuidarlos, que no se mojen, que no coman cualquier cosa y ya ni se diga que no sirven para ser guardianes o bravos. Al respecto, el viejo campesino curtido por el tiempo y el trabajo se limita comentar: “Están olvidando su naturaleza”. Hacen una pausa para beber agua fresca del pesado calabazo y un compa aprovecha para preguntarle al viejo mentor de las laderas, sobre el escueto comentario. A lo que el anciano erudito en las lides de la vida, respetuoso de los mamíferos vertebrados del género de los caninos, o sea los perros, se acomoda el raído sombrero para explicar: “Cuando éramos chicos había un sencillo circo que recorría algunos pueblos, donde nos llevaban, cuando era cosecha y había centavos, para que conociéramos los animales que hacían la función. Nos llamaba especialmente la atención un gigantesco elefante, así lo veíamos, pues para nosotros era impresionante. Durante la función la enorme bestia hacia despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal, pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Esa estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa, me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría con facilidad arrancar la estaca y huir. Para nosotros el misterio era evidente: ¿Qué lo mantenía entonces? ¿Por qué no huía? Nadie nos daba respuesta.  Después de muchos años, pude sacar la siguiente conclusión: el elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño. No es difícil entender que el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se hirió y se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar y también al otro y al que le seguía. Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree que NO PUEDE. Él tiene el registro y recuerdo de su impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás intentó poner a prueba su fuerza otra vez. Y se quedó con ese aprendizaje sin saber que era capaz de lograr lo que se propusiera. Así pasa con los perros de hoy, les han hecho olvidar su instinto y no saben de lo que son capaces…”. Haciendo un gesto que indicaba que había que volver al trabajo, se le alcanzó a escuchar: “También a uno que otro incauto le pasa lo mismo, la sociedad o el poder, los han hecho creer que son incapaces para todo… y así se han quedado…”.

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