El plástico que consumimos… literalmente.-
El plástico se encuentra en todas partes, incluso en nuestros cuerpos. De hecho, según un estudio elaborado por la Universidad de Newcastle (Australia), mientras respiramos, comemos o bebemos; estamos ingiriendo plástico, alrededor de 2 000 microplásticos cada semana. Es decir, el equivalente a una tarjeta de crédito.
La Universidad de Newcastle incluyó en su investigación 52 estudios anteriores, de los cuales 33 analizaban el consumo de plásticos a través de los alimentos y bebidas. Estos estudios evidenciaron una lista de alimentos y bebidas que contienen microplásticos, entre los que se encuentran el agua potable, la cerveza, los crustáceos y la sal.
Asimismo, algunos plásticos contienen productos químicos que pueden afectar a la salud de las personas. Por ejemplo, está comprobado que algunos materiales afectan a la fertilidad y al desarrollo de determinados cánceres. Los microplásticos que se transportan por el aire también tienen contaminantes, pues pueden arrastrar metales o hidrocarburos aromáticos policíclicos (moléculas presentes en el carbón, la gasolina, el petróleo o la basura).
Desde que la producción de plástico despegó en 1950, los fabricantes trataron de convencer a los ciudadanos de que podían deshacerse fácilmente de un producto que dura para siempre. Así, se presentó en campañas publicitarias como si tuviera una vida relativamente corta, pero no es así, dura decenas de años en degradarse.
En la actualidad, el 40 % del plástico se destina a los envases, si bien ya se están buscando alternativas para evitar los envoltorios innecesarios.
La producción de plástico se ha disparado desde la década de los cincuenta. De hecho, si se alcanzan las cifras estimadas, su fabricación podría aumentar en un 40% para el año 2030. Por otro lado, la industria del plástico trató de vender la idea de que el reciclaje era la solución, pese a que desde hace mucho tiempo se sabe que es necesario reducir la cantidad de plástico que consumimos al año.
El silencio, además, contribuye a la industria, pues evita que la gente reflexione sobre la problemática actual. Así, este silencio nos impide considerar algo tan básico como que las empresas deberían ser responsables de la contaminación que generan, sin importar el país en el que se encuentren.
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