Quemar las naves.-
Tanto hoy como hace más de 2.000 años, “quemar las naves” ha sido sinónimo de lanzarse a por un objetivo, renunciando a la posibilidad de dar marcha atrás ante un eventual fracaso.
El origen de la frase se remonta a los tiempos de Alejandro Magno, en el siglo III a.C. Aparentemente fue él quien dio vida a esta expresión a partir de una maniobra militar. Según la historia, al llegar a las costas Fenicias, Alejandro Magno observó que sus enemigos lo triplicaban en número. Esto era obvio para él, y para todo su ejército que comenzaba a analizar sus posibilidades de salir con vida de ahí.
Otra versión se le atribuye a Hernán Cortés: quien “poetizó” del desembarco en las costas mexicanas cuando se disponía a conquistar esas tierras. “Poetización” ya que Cortés no quemó los barcos en los que llegó junto a sus hombres, sino que simplemente los embarrancó para impedir que su tripulación se viese tentada de desertar y montarse de nuevo en los navíos para huir hacia tierras españolas; pero escribiendo “poéticamente” que las había quemado daba un toque más mitológico, equiparándolo a los antiguos macedonios.
Finalmente el mensaje o la moraleja es la misma y persiste. Esta es la historia:
Antes del año 335 a.C., al llegar a la costa Fenicia, Alejandro Magno debió enfrentar una de sus más grandes batallas. Al desembarcar, comprendió que los soldados enemigos superaban en cantidad, tres veces mayor, a su gran ejército. Sus hombres estaban atemorizados y no encontraban motivación para enfrentar la lucha; habían perdido la fe y se daban por derrotados. El temor acababa con aquellos guerreros invencibles. Cuando Alejandro Magno hubo desembarcado a todos sus hombres en la costa enemiga, dio la orden de que fueran quemadas todas sus naves.
Mientras los barcos se consumían en llamas y se hundían en el mar, reunió a sus hombres y les dijo: Observen como se queman los barcos. Esa es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con su familia nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra. Debemos salir victoriosos en esta batalla, ya que solo hay un camino de vuelta y es por mar… “Caballeros, cuando regresemos a casa, lo haremos de la única forma posible, en los barcos de nuestros enemigos”.
Él ejercito de Alejandro Magno venció en aquella batalla, regresando a su tierra a bordo de los barcos conquistados al enemigo.
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Cuántas veces la falta de fe, el temor y la inseguridad, el estar atado a lo seguro nos priva de conseguir nuevos éxitos, nos hace renunciar a los cambios, nos hace renunciar a los sueños, nos hace negar los anhelos y las metas que están grabadas en lo más profundo de nuestros corazones. Cuántas veces la seguridad de poseer algo, nos hace renunciar a la posibilidad de conseguir mucho más; cuántas veces lo que tenemos fácilmente a nuestro alcance nos impide crecer, haciendo que la seguridad se convierta en mediocridad, en fracaso, en monotonía.
Debemos saber que el amor y la fe nos dan la fuerza necesaria para obrar milagros en nuestras vidas si lo deseamos. Que las personas perseverantes inician su éxito donde otras acaban por fracasar. Que ningún camino es demasiado duro para un hombre que avanza decidido y sin prisas, teniendo claro sus objetivos.
Los mejores hombres no son aquellos que han esperado las oportunidades, sino quienes las han buscado y las han aprovechado a tiempo; quienes han asediado a la oportunidad, quienes la han conquistado.
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