lunes, 19 de marzo de 2018

Cerca del Cielo - Por: José Ramón Flores Viveros

¡Eso se llama autoestima!

El hombre que no lee, no tiene ninguna ventaja 
sobre el hombre que no sabe leer. 
Mark Twain. 

“En 1981, cuando empecé a tener publico luego de haber aparecido en unos especiales de televisión, comenzaron a llegarme cartas de personas a las que les gustaba mi espectáculo, de magos principiantes que me pedían consejos. Una carta se distinguía de las demás. Al igual que tantos remitentes, este me preguntaba cómo ejecutar un truco de prestidigitación. Por la letra supuse que era un niño de primaria, y le conteste explicándole el truco. Poco después volvió a escribir para pedirme que lo ayudara a presentarse en The Tonight Show. Como ni yo mismo había salido en ese programa, no supe cómo ayudarlo”.

“Aun así, empezamos a escribirnos y en una de sus cartas me anexó un artículo de periódico que hablaba de él, con su foto, la de un hombre de veintitantos años en silla de ruedas. Me puse a leer con más detenimiento. Por la letra de niño me habría podido imaginar que era discapacitado, pero él nunca me lo había dicho. Y cuando se anunciaba como mago tampoco mencionaba su impedimento. Lo contrataban para actuar en una fiesta, y el sencillamente llegaba en silla de ruedas”.

“En mi siguiente carta le pregunte: “¿No se sorprende un poco la gente cuando sales al escenario sin haber hablado de tu discapacidad?”, y me respondió: “Ese es su problema”. ¡Guau! Pensé. ¡Eso se llama autoestima! No se consideraba discapacitado por que tenía el don de la magia. Podría cautivar al auditorio con sus habilidades y no tenía por qué preocuparse por sus limitaciones”. David Copperfield.


En lo personal, tengo muy presente cuando me invitaron a dar una charla en público sobre montañismo. Era mi primera conferencia en un auditorio. Recuerdo que los días previos al evento, fueron de auténtico sufrimiento. Traía la garganta seca y el solo pensar en enfrentarme a un público, me provocaba una aguda angustia y miedo paralizante. Me veía congelado sin poder articular palabra alguna, en mi imaginación con el micrófono en la mano.

Fue de verdad una sensación muy fea, y para “acabarla de acabar”, la persona que había hecho el compromiso de elaborar el material fotográfico que proyectaría en la charla, jamás me entrego el disco. Me entrevisté con el organizador para cancelar mi participación, me sentía aliviado, ya no habría necesidad de seguir sufriendo. Por algo suceden las cosas, me decía para justificar mi miedo.

Sin embargo cuando hablé con el arquitecto Julio Contreras y le expliqué mi problema, él es un tipo muy positivo y optimista, sin más, me dijo “aviéntatela a capela”. Nuevamente regresó la angustia y el terror escénico. Me cuestionaba duramente por haber aceptado. Aquella tarde ante 20 personas que amablemente, acudieron al auditorio Benito Juárez del palacio municipal. Quizás no se dieron cuenta, pero cuando comencé a hablar, casi soy presa de una crisis de terror y de pánico escénico, solo fueron algunos segundos, la mano con la que sostenía el micrófono, me comenzó a temblar sin control. Como pude la recargué sobre la mesa donde se encontraba el aparato. Dice un pensamiento que la acción cura el miedo, conforme seguía hablando, una misteriosa seguridad me comenzó a invadir, la lengua se comenzó a soltar y creo que pude salir con dignidad del atolladero.

Generalmente cuando tomó la palabra ante algún grupo, tardo solo algunos segundos, me cuesta mucho expresarme, pero ese día hablé sin parar, casi una hora, un verdadero record para mi natural timidez. Este artículo de Copperfield, y su admiración y respeto para este muchacho, que tenía bien puesta su autoestima, es una prueba de que, somos lo que creemos ser. El dibujo mental que tengamos de nosotros mismos, eso es lo que vamos a proyectar. Nuestro valor lo definimos desde que en nuestra infancia, nos hacen sentir amados y aceptados de manera incondicional, sin importar que se sufra de algún tipo de discapacidad. La peor y la más grave discapacidad es la mental. Recuerdo que en aquella plática, Gea Selene Tenorio, esposa de un gran amigo, al terminar se acercó y me dijo: “Jamás he subido una montaña, pero usted, me hizo experimentarlo, viví y experimenté el ascenso hasta la cumbre, con sus palabras”.

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