lunes, 19 de marzo de 2018

DESDE EL AULA Por: Prof. Julio Hernández Ramírez

Es cuestión de actitud

Difícil olvidar una administración del gobierno municipal, de la cual, por cierto formé parte, mal lograda para muchos, marcada por sucesos trágicos, por su visión corta y abundante en materia para el anecdotario.

Inició alterando arbitrariamente los elementos del escudo municipal, lo que dio origen a un acalorado debate entre un círculo cultural Coatepecano y el Cronista de la Ciudad que con fundamentos históricos y rigor académico esgrimió una argumentación difícil de ser rebatida.

“Es una cuestión de actitud”, fue la expresión que adoptó como eslogan de identidad, y ahora que lo recuerdo, irrumpe en mi memoria un personaje del pueblo, de mi pueblo, de esos que hay en todos los pueblos, motivo de todas las charlas, cuya singularidad los convierte en una amena y permanente cátedra. Habitaba una maltrecha vivienda de madera, pero siempre salía limpio con su guayabera y lustroso calzado. Fanático del béisbol, envolvía su obesidad con un traje rojo a rayas blancas y parsimonioso caminaba de tercera a home, animando a su equipo, soltando ruidosas carcajadas mientras lanza agudos improperios al contrario.

Una vez le compré planta de café, fiada. Acordamos la fecha del pago, llegada la cual no pude cumplir. Acudí a disculparme y a solicitar nuevo plazo. Se puso serio primero, para luego soltar su característica carcajada mientras me dice: “no te preocupes, dinero que ni falta hace”. El afán por el trabajo no era suyo, a cualquier hora se le encontraba en cualquier parte despreocupado y feliz. Alguna vez le dije: “Chente, la gozas”, me contesta divertido: “Qué puede hacer una persona que tiene dinero, si no gozarla”. Dinero era lo que menos tenía y creo que ni lo necesitaba, la suya era una cuestión de actitud. Murió como vivió, con desparpajo, sin dramatismo, tal vez feliz.

Encontrarse a alguien con actitud positiva, es una maravilla. Ayuda mucho quien ve todo el lado amable, que siempre está dispuesto al trabajo colaborativo, a la palabra de aliento, que hace de la empatía un ejercicio cotidiano, que esté cuando los otros ya no, que no sujeta su compañía a los resultados que el mundo tan común tiene como “éxito”. Cuando se encuentra a alguien así, vale cultivarlo, dejarse contagiar, llenarse con esa buena vibra que tanto se requiere en nuestro entorno familiar, de trabajo o esparcimiento. La vida es bella, a veces nos juega bromas o nos hace pasar tragos amargos, pero en la balanza siempre pesa más lo dulce sobre lo amargo, lo bueno sobre lo malo. Vivir agradecidos y no con resentimientos es una cuestión de actitud, un acto de voluntad y una manifestación de inteligencia.

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