Participé en una conversación que versaba sobre la siguiente reflexión: imagina que en casa tienes un objeto que estimas de inmenso valor. ¿Qué trato le dispensarías?... Lo tendría siempre en un lugar seguro, procurándole todo tipo de cuidado para evitar que sufra daño alguno o se extravié. Tal fue la respuesta inmediata, misma que en la normalidad seria compartida por todos.
Si consentimos tal comportamiento respecto de un objeto y se admite que lo más valioso que se puede tener en casa, en el contexto, entendida como núcleo de familia, son los hijos; entonces ¿Por qué no siempre se está dispuesto a prodigarles los cuidados indispensables para su sano desarrollo? ¿Por qué con frecuencia los ponemos en situación de peligro? ¿Por qué dejamos, en ocasiones, que se nos pierdan? Cierto, la vorágine del día a día nos lleva a priorizar lo que resulta de ocasión, dejando de soslayo lo que realmente importa.
“Me saca de quicio, me llena de mortificación, ya no lo aguanto, grita, corre, brinca, todo agarra, todo tira, no se cansa nunca. Lo regaño, lo pellizco, le jalo las orejas y todo resulta inútil, no me hace caso, no entiende”. ¿Alguna vez ha escuchado usted tal insensatez ante la maravillosa energía de un niño sano? El niño está enfermo, esta engerido, quién sabe qué tiene, no quiere comer, nada más se está enjutando, ya cambiamos de médico, lo curamos de espanto, ya lo talló el “hermanito”, hicimos manda, y nada. Me parte el alma verlo así. Daría cualquier cosa por que volviera a ser como antes. No importa que brinque sobre la cama, que salga sin permiso a echar la “cascarita” en la calle, que hurte las cosas del refri. Cierto, nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido.
Mándalo con la abuela. Que vaya al catecismo si quiera a entretenerse. Mételo a un club de tareas… no ha llegado… ya, déjalo mejor, me pone de mal humor. Pa´, Ma’, ¿qué quieres?... platicar… hoy no, estoy cansado y traigo muchas brincas del trabajo, mañana. Quiero ir… no; siempre con esos “amiguitos”. Te encierras en tu cuarto y le bajas a esa música de locos. Luego el mutismo, la usencia, la indiferencia y los reclamos. Comunicación: imposible. La comprensión, olvidada; el respeto, anulado. El egoísmo solamente puede producir aislamiento, soledad y frustración. ¿Llorar?, ¿para qué? Ni siquiera vale hablar de ironías de la vida. El amor también tiene momentos y hacer las cosas a tiempo vale más que hacerlas.
Si en cualquier tipo de relación humana, la comunicación deviene absolutamente necesaria, en tratándose de los hijos se convierte en un acto obligado… de amor. Por favor, oiga y vea a sus hijos, cuidarlos es amarlos.
Felicidades a todos los niños del mundo, en su día.
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