Entre la familia y la escuela.- Con un abril de lluvias, frío y ratos de sol, las fincas brillan con un verde resplandeciente. El mantenimiento que los hombres del campo dan a las matas de café, es indispensable para ir preparando la próxima cosecha. La anterior fue buena y los precios estuvieron aceptables. Hubo dinerito para solventar algunos pendientes y satisfacer algunas necesidades postergadas. Desde ayer hay más bulla que de costumbre tanto en los jacales como en la finca. Hay muchos chiquitillos correteando, pues resulta que los maestros hicieron un puente de cinco días con el pretexto de la junta mensual, del día del niño y del primero de mayo, y no regresan hasta el miércoles. Entre el griterío de mocosos, el viejo cortador permanece parsimonioso con su característico rostro tranquilo y sonriente. Los observa y guarda silencio. Un malhumorado compa, le pregunta el motivo de su reflexión, a lo que el viejo sabio de las laderas, responde: “Los niños del campo son ricos, pero no lo saben, hay que enseñarles. Tienen la tierra de nodriza, el firmamento de cobijo y la naturaleza de escuela. Solo hay que complementarla con amor, paciencia y dedicación. Siempre escuchamos frases trilladas de “la niñez es el futuro del país” o “los niños de hoy son los hombres del mañana”, pero debemos darles su lugar en el presente y la obligación de los adultos, de todos, es hacerlos felices. Los niños están hechos de sueños y hay que tratarlos con cuidado. Si nos empeñamos en llenar su tiempo de objetivos que cumplir y competencias que asumir, cada día estaremos rompiendo un pedacito de sus alas. Esas con las que tal vez, alcanzaría el día de mañana sus propios sueños. Si les damos obligaciones de adulto cuando aún son solo niños, arrancaremos también las alas de sus cometas, para aferrarlos al suelo, haciéndoles perder su infancia. Los niños son hijos del mundo y están hechos de sueños, de esperanzas y de ilusiones que construir en sus mentes libres y privilegiadas”. Para eso el sabio campesino ya estaba rodeado de chamacos que atraídos por la magia de las palabras de sabiduría, se habían sentado alrededor del venerable maestro y lo escuchaban extasiados. Uno de los chilpayates se atrevió a preguntar: “Abuelo, ¿qué nos aconsejas para aprender y para llegar a saber como tú?... A lo que el viejo responde:
“Nunca dejes perder la inocencia, la alegría y la capacidad de asombro, que permiten que la cosa más sencilla ante tus ojos sea algo maravilloso. No dejamos de jugar porque nos hicimos viejos, nos hacemos viejos porque dejamos de jugar”… Al ver la mirada sorprendida de los grandes, continuó: “¿De qué nos sirve un niño que sabe decirnos cómo se llaman las lunas de Saturno si no sabe cómo manejar su tristeza o su rabia? Eduquemos niños sabios en emociones, niños llenos de sueños y no de miedos. La crianza respetuosa hace uso intenso de la comunicación, de la escucha y la paciencia. Un niño que se siente atendido y valorado es alguien que se siente libre para conservar esos sueños de infancia y darles forma en la madurez. Respetemos su infancia, respetemos esa etapa que ofrece raíces a sus esperanzas y alas a sus expectativas”... Se tuvo que levantar sin decir nada y retirarse del lugar porque los chiquillos y los grandes no se movían… se quedaron saboreando las palabras del viejo, como si hubiera narrado el más maravilloso cuento de las Mil y Una Noches de Sherezada… pero lo único que hizo el viejo fue hablar con madurez experiencia, sobre la infancia…
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