Manjar que cae del cielo.- Toda esta región cafetalera se encuentra de fiesta permanente, no solo por las festividades patronales, que en mayo son diversas, pues todo el mes se levantan cruces, sino por el extraordinario clima que ha sido generoso con el campo. Calores fuertes, pero no han faltado las lluvias. El verde es brillante en lomas y laderas, las matas de café resplandecen alegres luciendo la nueva floración que con los cuidados de los campesinos, que ahora podan para regular la sombra y abonan las matas, en meses se transformará en otra buena cosecha que reactiva la economía de la zona. Otro acontecimiento que alegró la fiesta en esta semana, fue la esperada y maravillosa dicha de la caída de Chicatanas. Sí, esas hormigas que desde épocas prehispánicas han sido parte del alimento de los campesinos. Los chiquillos que no tuvieron clases lunes y martes, se divirtieron recolectando la gran cantidad de esos insectos. Uno de ellos, con la curiosidad infantil, le pregunta el viejo sabio campesino curtido por veranos y tempestades, que “si cuando era niño recogía esas hormigas con alas”. El soberano de las laderas, con especial circunspección, como que ya esperaba la pregunta, se acomoda el oloroso puro para explicar: “Sí, las chicatanas son esas hormigas denominadas ‘arrieras’ que emergen de la tierra una vez al año cuando empiezan las fuertes lluvias que caen en mayo y junio, salen volando de sus nidos y se esparcen por el aire. Su nombre original era tzicatl, que en náhuatl significa ‘hormiga bolsona’ o ‘hormiga grande’. Desde que éramos chamacos nuestros padres nos enseñaron a disfrutar lo que el cielo nos da. A primera hora de la mañana, el cielo se llenaba de enjambres de estos insectos de color marrón rojizo que tienen gruesos cuerpos y grandes alas transparentes. Salíamos toda la familia a recolectarlas. Se pueden juntar en grandes bolsas para luego tostarlas en el comal. Cada año esperábamos este acontecimiento que es parte del equilibrio de la naturaleza, si no se consumen, son predadores y como son millones, pueden acabar con un árbol rápidamente. Una vez que juntábamos por lonas, comenzaba la talacha. Algunos les quitábamos las alas y la cabeza para tostarlas, otros las tostaban con alas y todo en el comal de barro, moviéndolas suavemente con una pala de madera. Luego se tuesta el chile de los llamados ‘conguitos’ que se dan en la finca y se ponen en un molcajete con un poco de ajo crudo y sal. Otra manera, es con esos tomatitos silvestres llamados ‘ciltlalis’ o hay quienes hacen un guiso con pollo o cerdo. Son verdaderamente deliciosas y muy nutritivas, o simplemente se come la salsa de chicatanas en una tortilla de maíz esponjada recién hecha. Manjar de dioses”. Para los chamacos de hoy, es raro conocer toda esta historia, pero entienden que es parte de la cultura del campesino cafetalero de esta región. La entienden y la aprenden; sin embargo, saben que, como muchas otras cosas, van desapareciendo desplazadas por la globalización. Esa que impone gustos y preferencias, y que privilegia la comida chatarra que genera obesos y enfermos, esa que retira al campesino de sus orígenes y costumbres para sustituirlas por otras ajenas a su idiosincrasia, que elimina el sentido de pertenencia y crea individuos desvalorizados. Lo bueno que todavía queda gente a la que le podemos aprender. Tesoros vivientes de conocimiento y experiencia que, en armonía con la naturaleza, promueven el respeto a nuestras raíces y conservan nuestras más arraigadas tradiciones, que también están en peligro de extinción.
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