lunes, 16 de julio de 2018

DESDE LA FINCA - Por: El Cortador

Experiencia y aprendizaje.- Entre calores y aguaceros las fincas de café lucen espléndidas, ya con abundante floración. El verano convierte a esta pródiga región en un verdadero placer para el espíritu; las lomas y cañadas se llenan de ‘palmitos’, chininis y jinicuiles. Los cocuyos abundan al caer la noche. Empiezan a sentirse los rigores de la canícula que este año entrará el 22 de julio, el mero día de Santa María Magdalena, la fiesta grande de Xico. Los jornaleros comentan sobre el mole y el ‘verde’ que son abundantes en sus fiestas que inician casi con el mes. Entre el ruido de las morunas que sonorizan el ambiente, alguien pregunta por el viejo sabio cortador, que se ausentó algunas mañanas del jornal. Justo cuando uno de los viejos explicaba que andaba por la escuela, apareció el anciano zorro de las cañadas, el instruido en las pizarras del tiempo, el alumno de la naturaleza y de la existencia: “Claro que anduve en las escuelas” con sorpresa los jornaleros dejaron de hacer ruido, sabiendo que cualquier cosa que explicara, como siempre, sería una cátedra de sabiduría. “Acompañé a mis bisnietos y nietos a su salida de la escuela, a su fin de cursos”… Con cierta decepción, algunos continuaban el chapeo, cuando con parsimonia pero con voz firme, el enjuto veterano continúa: “Cómo cambian las cosas con el tiempo. Recuerdo que cuando éramos niños, las vacaciones eran para trabajar. Como me decía mi abuelo ‘aprender a vivir, antes de aprender a escribir’; desde chamacos aprendimos a sembrar, a cosechar, a compartir, a respetar. Había mucho respeto a los mayores que nos formaban con rigor y con cariño. Una mirada bastaba para entender. Cuidado y fueras metiche o respondón porque ya te andaban rompiendo el chipo: era duro pero aprendimos a ser hombre de bien, de trabajo, de palabra. O’ra aprenden pendejada y media los chamacos, ya no los pueden reprender los maestros porque arman un desmadre los papás. Sobre todo en las escuelas de las ciudades, donde sugieren que en casa no se les ‘suene’ porque lo llaman maltrato infantil. Muchos andan despistados y los tienen que llevar al psicólogo. Aquí en el rancho con unos cuantos reatazos, les quitas las malas mañas, la depresión, los trastornos emocionales, eso que llaman buling, el estrés y hasta lo pendejo. Porque el exceso de protección, tolerancia o chiqueos a los chamacos, los convierte en frágiles, inseguros y hasta ‘finitos’. Hasta la tele contribuye a que aprendan modas extranjeras, como esas que llaman emos, sayos, cholos y otras jaladas, en lugar de enseñarlos a ser caballerosos, cultos y respetuosos”… Alguien replicó: “No hagas coraje abuelo, son otros tiempos”. Ya con tono de  encabronado, continúa: “Ni madres, la educación y los valores no son ninguna moda. En todos los tiempos y en todas partes, siempre una persona respetuosa será bien vista y formará mejores seres humanos. Hay parámetros que varían de acuerdo al lugar, pero en general el proceso de aprendizaje que nunca termina, hasta los viejos seguimos aprendiendo, debe estar encaminado a formar mejores ciudadanos, útiles, productivos, solidarios, atentos. Hoy, el vocabulario de los jovencitos y hasta de las niñas, raya en lo absurdo. No me espanto pero es una realidad”… Todos quedaron en silencio hasta que uno de ellos se atrevió a comentar: “Tienes razón abuelo, gracias a gente como tú, se conservan los valores y el conocimiento que nos lleva al progreso del espíritu que es la esencia del ser… ¡ah chingao ya estoy hablando como tú!”… Ya de espaldas al grupo y caminado de regreso, el viejo zorro algo balbuceó, pero solo alcanzaron a escuchar: “Pero fui con gusto a acompañar a mis chiquillos a su fiesta de fin de cursos y lo disfruté con orgullo…”

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