martes, 25 de septiembre de 2018

Cerca del Cielo - Por: José Ramón Flores Viveros


Septiembre Negro

Fue un septiembre de 1990, subíamos El Sarcófago del Pico de Orizaba. Los guías Romeo Donn y Martiniano Conde, junto con Rafael Libreros y quien esto escribe. Escalar un glaciar es un autentico ritual de silencio sepulcral que es roto por el sonido metálico del crampón, el piolet y la violenta respiración a causa del titánico esfuerzo. En esta parte, el dialogo se rompe entre los escaladores y las indicaciones se realizan señalando con el piolet. Al hablar se evapora una energía vital y necesaria. Las veces que escalé con Ricardo Torres Nava, me dedicaba únicamente a responderle con una sonrisa o gesto forzado. Me llamaba mucho la atención la tremenda condición física del primer latino y mexicano en la cumbre del Everest. Hablaba sin agitación alguna y más bien parecía estar en la hora del té. Yo no podía ni con mi alma.

Martin se despegó del grupo y subía como a 200 metros de distancia, no creo en presentimientos, sin embargo, conforme seguíamos en la penosa maniobra de ascender comencé a sentir algo raro. Por cierto, la postura es absolutamente agachada conforme la pendiente se va pronunciando y llega un momento en que es ya tan aguda, que hay que cortarla con movimientos en zigzag, y entonces el crampón de un pie se entierra en la nieve por la parte exterior de la bota y el crampón del otro pie por la parte interna. Esta es una maniobra sencilla del manejo del crampón, pero muy importante saber realizarla.

Mi presentimiento entonces comenzó a tomar forma, algo no estaba bien, lo podía sentir, era algo que flotaba en el ambiente y casi lo podía tocar con las manos. Era lo inesperado, lo que hace diferente la rutina diaria. Esa variable de la vida que le da hasta cierto punto sentido a las cosas. La anécdota digna de ser platicada pasado el tiempo. Gritos desde arriba de Martin, que al principio no podíamos entender, nos detuvimos y con la mirada tratábamos de entender qué era lo que estaba ocurriendo. Al quedar todo en silencio, fue cuando desciframos, ¡¡ Piedras!! ¡¡ Piedras! Al observar con más detenimientos, pudimos distinguir una avalancha de unas 7 piedras de regular tamaño, rebotaban en la blanca superficie y salían proyectadas al vacío, cada vez con mayor fuerza y violencia, aunque de manera dispersa, pero venían en dirección donde nos encontrábamos. 

Era solo cuestión de segundos para el impacto, y sucede un raro fenómeno visual, tratas de moverte en dirección contraria del objeto y da la impresión de que las piedras también lo hacen, como si lo buscaran a uno. Brinqué, no sé, dos veces, y entonces el miedo me paralizó. En un intento final pero absurdo, logré empuñar el piolet, y pensé en utilizarlo como bat. La perspectiva es confusa y engañosa, las rocas pasaron junto a nosotros, relativamente cerca. El impacto hubiera sido grave, un piedrazo en la cabeza o en cualquier parte del cuerpo, debido a la fuerza y sobre todo a la velocidad, hubiera sido de graves consecuencias.

Pasado el incidente, el miedo me dejó convertido en una figura pétrea, sin vida ni movimiento, el miedo y la adrenalina, tienen un sabor característico. Difícil de explicar, pero es una sensación muy fea y desagradable. Un sabor a quemado en la boca y en las fosas nasales. No ha sido la única vez que he experimentado esto. Cuando caí al interior de una grieta también en el Pico, pude experimentar esta horrible sensación. Héctor Ponce de León coincidió conmigo en que el miedo tiene sabor y olor. Coincidimos en cómo el organismo descifra y reacciona ante el terror.

Romeo y Martin escaladores de mucho carácter y valor, repuestos del susto, siguieron escalando. Esperaban que también reanudáramos el ascenso, pero di algunos pasos y el miedo me dominó por completo, el feo incidente me bloqueó, solo alcancé a dar algunos pasos y me tire de bruces sobre la nieve y temblando de miedo, comencé a llorar sin control. Era imposible que siguiera en estas penosas condiciones. Lloraba también por la impotencia de no poder seguir adelante. De mi falta de carácter para sobreponerme a una circunstancia hasta cierto punto normal en una montaña. Fue un septiembre negro para mí permitir que el miedo me dominara de tal manera. Pero también pude entender con el paso del tiempo, que el miedo es humano y que tampoco debe ser motivo de vergüenza…

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