La recuerdo bien, impartía las materias de filosofía, lógica y ética, tanto en la escuela normal como en la preparatoria. Era una mujer menudita, fumadora empedernida, poco expresiva, pero con notoria habilidad para hacerse entender en asignaturas para muchos difíciles. A mí me resultaban apasionantes.
Se decía militante de una recalcitrante corriente de izquierda, pero al parecer, como a muchos de sus correligionarios, esperaba que los principios de esa doctrina aplicaran en la parcela del vecino, pues en la propia, preferían las libertades y bondades de la derecha.
Me regalaba libros con dedicatoria y fue la primera que me provocó la reflexión sobre la importancia de dar, ganar y conservar la confianza; sigue impresa en la memoria una leyenda que estampó al margen de un trabajo que consentí, fuera copiada: “Julio, el diez se queda, pero ¿y la confianza?”. Decía que la felicidad solo podía concebirse en un estado de inconciencia, pues en la racionalidad no era posible. Con vehemencia pretendía justificar su tesis, argumentando que nadie podía decirse feliz cuando en cualquier entorno existe tanto dolor, tanta injusticia y tanta desigualdad. En ese sentido nunca me convenció su pensar. Pretender llevar a cuestas los pesares que derivan de la complejidad del mundo mientras se asumen una actitud contemplativa, no creo sea buena idea; considero más valiosa interactuar en lo inmediato con conciencia, respeto y empatía a fin de lograr una convivencia mejor. Vivir sin el propósito de ser feliz, sería un contrasentido, una sin razón.
Tenía razón la maestra cuando afirmaba que solemos ser en un mundo de egoísmo donde los demás poco importan y que casi siempre se está dispuesto a todo o más en el afán de escalar o acumular, mientras se olvida el valor de compartir tiempo, ideas, proyectos, sueños, de compartir no sólo lo que sobra y no se necesita, compartir lo propio no lo ajeno, y conforme a reglas, unas escritas, otras no, de diferente naturaleza, religiosas, éticas e incluso legales. En el punto conviene no olvidar dos principios bíblicos: lo que dé tu mano derecha que no lo sepa la izquierda y tiene más mérito quien da una moneda de poco valor pero es la única que tiene que aquel que da mucho de lo que le sobra con ostentación e inflamado de orgullo.
Hacer caravana con sombreo ajeno es una práctica muy socorrida. Recuerdo a una dama que solía hacer buenos regalos en las clausuras de cursos escolares a las que asistía como madrina, pero facturaba con cargo al erario público. Así no.
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