jueves, 1 de agosto de 2019

Entre Columnas Por: Martín Quitano Martínez



Ángeles ó demonios.-

No hay otra alternativa que intentarlo e intentarlo y volver a intentar.
Si deseamos algo hay que luchar por ello. Si sale mal hay que seguir intentándolo.

Zygmunt Bauman


Los momentos de nuestro país y estado no están para cerrazones, la indiferencia hacia la crítica es un lujo que no debe permitirse, debe tomarse en consideración cualquier opinión que signifique una visión distinta, pues significan termómetros, imágenes contrastantes que enriquecen el diálogo.

En estos tiempos se requiere mirar con amplitud, escuchar sin prejuicios, tomar decisiones superando criterios estrechos sobre verdades absolutas. Hacer virtud de la tolerancia tanto en la vida individual como en aquellos espacios que implican decisiones colectivas o de representaciones políticas.

Por ello preocupa el desdén hasta ahora mostrado, alerta el encapsulado de un proyecto transformador basado en la intolerancia, un proyecto nacional incuestionable que no admite dudas sobre sus beneficios ni dudas sobre las formas y modos de su aplicación. En él se reúnen todas las aspiraciones de los ciudadanos honorables, del pueblo bueno, el que rechaza el neoliberalismo, a los conservadores. Por ello quien disiente o duda, quien pregunta o señala errores u omisiones, es un traidor a la patria, un enemigo de la nación y del único proyecto posible de existir.

Los nuevos gobiernos se han apropiado de La Verdad, subordinando todos los hechos y opiniones a sus patrones interpretativos, demandando a los actores políticos de todas las ideologías y colores, un trato distinguido y merecido desprovisto de crítica o de suspicacias. Se asumen diferentes, protagonistas de una nueva historia dividida entre buenos y malos; una concepción bicolor de la realidad política y social que debe aceptarse porque definirá quién es un interlocutor válido.

La vida de la democracia política, la discusión de la pluralidad y las distintas visiones del mundo dejan de tener sentido pues con el arribo del actual gobierno la lucha ha terminado. En él se concentran las aspiraciones de los buenos, por ello solo pueden ser respaldados, un ejercicio de gobierno inédito que solo será cuestionado por los grupúsculos que añoran sus privilegios de siempre.

Reducir la discusión de los problemas de nuestro país a esa condición básica de blancos y negros supone pasar por alto los matices, las condiciones que se construyen sobre bases de discusiones abiertas a posibilidades de análisis, sobre reflexiones y acciones que no se identifican como entre tirios y troyanos. Se abusa de las lecturas mínimas de la historia en ese juego maniqueo, reduccionista de ángeles y demonios. Se polariza y se cierra el paso a diálogos que sin duda merecen ser mucho más amplios en el contexto de los momentos que vivimos hoy en día.

La tragedia de nuestra realidad merece esfuerzos indudables, obliga a aceptar y reconocer que enfrentar los vicios, la corrupción e impunidad que incubaron e hicieron crecer las condiciones de injusticia y expoliación, postrando a millones, no es una tarea de un solo hombre por muy iluminado que pretenda ser, se requiere el aporte colectivo y en ello van las tolerancias, las opiniones distintas que encuentran coincidencias con las metas que reúnan los esfuerzos.

La regeneración de nuestra vida como nación podrá darse si asumimos que no todo está mal y merece destruirse, si no pensamos que el nuevo Big Bang de nuestra vida nacional se dio el primero de julio del 2018. El agua que ha corrido y corre bajo nuestros pies ha forjado hechos y condiciones que deben permanecer y ser rescatados. El propósito no puede ser el desmonte total y a toda costa de lo existente.



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