Aunque se intente mostrarlos como pruebas de sabiduría política algunos tipos de intransigencia no son más que atentados contra la humanidad.
Albert Einstein
La intransigencia se va apoderando del diálogo público, de la discusión pública que, tomada de manera textual, ya parece altercado público. Es muy lamentable que la intransigencia pareciera estarse consolidando como una rutina perversa promovida desde lo más alto y que por supuesto marca el sentido y la forma de la discusión pública.
Aunque no es privativo de gobernantes o representantes populares de un solo partido, esta actitud se recrea con más fuerza y amplitud en los adeptos al partido gobernante a nivel nacional. Se está volviendo común dar cuenta del despotismo y la prepotencia con que se conducen los representantes políticos y los servidores públicos de nivel medio y superior que han llegado con la nueva gestión.
En tiempos sociales tan difíciles, tan delicados y abrumantes, el servicio público debería privilegiar y ser ejemplo de actitudes conciliatorias, de utilizar sus mensajes y la comunicación para encontrar acuerdos en lugar de confrontar y descalificar al que piensa distinto. Ubicarse desde el poder en una actitud abierta al debate tolerante y serio, al intercambio de ideas respetuosas, apasionadas pero accesibles, flexibles, que den pautas para el encuentro y la gobernanza.
Por el contrario en el ambiente general y desde cualquier color político o grupo, los gritos, las descalificaciones están allí, encontrando poca resistencia en las líneas de tolerancia política que son demasiado delgadas o inexistentes, presentes en todos los niveles y en todas partes. Las ofensas a los opositores, a los diferentes, son recurrentes y cada vez más violentas; los últimos días nos enseñan que, arropándose en la posesión de la verdad incuestionable, son capaces de exigir respeto a sus opiniones, pero ejerciendo la reprobación irrespetuosa de los que tienen enfrente.
Por poner un ejemplo reciente y local, en Orizaba, Coatzacoalcos y en Veracruz Puerto, ante una iniciativa de diputados de Morena de realizar foros que analizaran una propuesta legislativa, se hizo palpable la intransigencia de personas que exigiendo el derecho a ser escuchados impedían cualquier posibilidad de diálogo, porque el objetivo de su manifestación no era plantear ideas sino cerrar el paso a ellas. Después, en el foro realizado en el Congreso del Estado, queriendo volver a reventar el acto, hubieron de enfrentarse en desventaja numérica a un grupo afín a la iniciativa que se discutía, viéndose obligados a abandonar el recinto. Por tanto, vence la fuerza no el diálogo.
Difícil de comprender esa condición de bipolaridad, porque mientras muestran su intransigencia y la ruptura de los diálogos en gritos y denostaciones, claman respeto de aquellos a quienes atropellan y vejan sin más argumentos que la irascibilidad y la nula voluntad por atender más ideas que las de ellos. Siempre es más fácil cerrar las puertas a los otros y asumir que uno tiene la razón, la verdad.
La discusión pública y social está cada vez más marcada por la polarización. Lo que digan, piensen o pidan unos, no merece ser escuchado, atendido o respetado por los otros; los comentarios, las críticas, las valoraciones de otros son desoídas o descalificadas por aquellos a los que van dirigidas, que reaccionan regularmente con distintos niveles de molestia y de incomodidad, mostrando su incapacidad para reconocer y aceptar las diferencias con tolerancia y respeto.
Otro gran ejemplo es lo ocurrido en el zócalo de la CDMX ante la llegada de la Caminata por la Verdad, Paz y Justicia, donde seguidores del presidente López Obrador enfrentaron físicamente y agredieron verbalmente a los participantes de la Caminata, oyéndose gritos destemplados que coreaban que era un honor estar con obrador, y ofensas cargadas de odio e ignorancia que los señalaban de traidores a la patria, de ratas, de asesinos a los LeBarón o algunos más exigiendo su extradición o deseándoles la muerte. Increíble y lamentable.
No debe continuarse en la ruta de la confrontación permanente. El presidente sigue utilizando sus conferencias para burlarse, señalar o denostar a quien se le ocurre. Deben cesar las palabras de ofensa ante quienes sean o quieran ser distintos, cancelar la censura o la arrogante descalificación, pues son acciones que dañan y cancelan las oportunidades para la transformación que tanto se pregona, que tanto se insiste en validar pero que con una sociedad confrontada nunca llegará.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Y como puedo rifar algo que no es mío porque no lo he terminado de pagar.
La intransigencia se va apoderando del diálogo público, de la discusión pública que, tomada de manera textual, ya parece altercado público. Es muy lamentable que la intransigencia pareciera estarse consolidando como una rutina perversa promovida desde lo más alto y que por supuesto marca el sentido y la forma de la discusión pública.
Aunque no es privativo de gobernantes o representantes populares de un solo partido, esta actitud se recrea con más fuerza y amplitud en los adeptos al partido gobernante a nivel nacional. Se está volviendo común dar cuenta del despotismo y la prepotencia con que se conducen los representantes políticos y los servidores públicos de nivel medio y superior que han llegado con la nueva gestión.
En tiempos sociales tan difíciles, tan delicados y abrumantes, el servicio público debería privilegiar y ser ejemplo de actitudes conciliatorias, de utilizar sus mensajes y la comunicación para encontrar acuerdos en lugar de confrontar y descalificar al que piensa distinto. Ubicarse desde el poder en una actitud abierta al debate tolerante y serio, al intercambio de ideas respetuosas, apasionadas pero accesibles, flexibles, que den pautas para el encuentro y la gobernanza.
Por el contrario en el ambiente general y desde cualquier color político o grupo, los gritos, las descalificaciones están allí, encontrando poca resistencia en las líneas de tolerancia política que son demasiado delgadas o inexistentes, presentes en todos los niveles y en todas partes. Las ofensas a los opositores, a los diferentes, son recurrentes y cada vez más violentas; los últimos días nos enseñan que, arropándose en la posesión de la verdad incuestionable, son capaces de exigir respeto a sus opiniones, pero ejerciendo la reprobación irrespetuosa de los que tienen enfrente.
Por poner un ejemplo reciente y local, en Orizaba, Coatzacoalcos y en Veracruz Puerto, ante una iniciativa de diputados de Morena de realizar foros que analizaran una propuesta legislativa, se hizo palpable la intransigencia de personas que exigiendo el derecho a ser escuchados impedían cualquier posibilidad de diálogo, porque el objetivo de su manifestación no era plantear ideas sino cerrar el paso a ellas. Después, en el foro realizado en el Congreso del Estado, queriendo volver a reventar el acto, hubieron de enfrentarse en desventaja numérica a un grupo afín a la iniciativa que se discutía, viéndose obligados a abandonar el recinto. Por tanto, vence la fuerza no el diálogo.
Difícil de comprender esa condición de bipolaridad, porque mientras muestran su intransigencia y la ruptura de los diálogos en gritos y denostaciones, claman respeto de aquellos a quienes atropellan y vejan sin más argumentos que la irascibilidad y la nula voluntad por atender más ideas que las de ellos. Siempre es más fácil cerrar las puertas a los otros y asumir que uno tiene la razón, la verdad.
La discusión pública y social está cada vez más marcada por la polarización. Lo que digan, piensen o pidan unos, no merece ser escuchado, atendido o respetado por los otros; los comentarios, las críticas, las valoraciones de otros son desoídas o descalificadas por aquellos a los que van dirigidas, que reaccionan regularmente con distintos niveles de molestia y de incomodidad, mostrando su incapacidad para reconocer y aceptar las diferencias con tolerancia y respeto.
Otro gran ejemplo es lo ocurrido en el zócalo de la CDMX ante la llegada de la Caminata por la Verdad, Paz y Justicia, donde seguidores del presidente López Obrador enfrentaron físicamente y agredieron verbalmente a los participantes de la Caminata, oyéndose gritos destemplados que coreaban que era un honor estar con obrador, y ofensas cargadas de odio e ignorancia que los señalaban de traidores a la patria, de ratas, de asesinos a los LeBarón o algunos más exigiendo su extradición o deseándoles la muerte. Increíble y lamentable.
No debe continuarse en la ruta de la confrontación permanente. El presidente sigue utilizando sus conferencias para burlarse, señalar o denostar a quien se le ocurre. Deben cesar las palabras de ofensa ante quienes sean o quieran ser distintos, cancelar la censura o la arrogante descalificación, pues son acciones que dañan y cancelan las oportunidades para la transformación que tanto se pregona, que tanto se insiste en validar pero que con una sociedad confrontada nunca llegará.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Y como puedo rifar algo que no es mío porque no lo he terminado de pagar.
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