Cosecha, verbena y paciencia.- Mañanas muy heladas pero también muy soleadas se aprecian en la zona. Diciembre ya está en la puerta y, desde luego lo más importante para los campesinos, la cosecha ya está muy buena en la mayor parte de la zona y eso representa un repunte en la deteriorada economía de la región. El corte de café es una faena tradicional anual, que se convierte en un verdadero ritual místico, que ha marcado a muchas generaciones. Ya se empiezan a ver cuadrillas de cortadores, integradas por todos los miembros de la familia. El trabajo inicia temprano con las mañanas frías y esperando que el sol no caliente demasiado. Los cortadores dominan la técnica de doblar las varas y recoger los frutos con elegancia y con habilidad. Ruegan porque la finca no tenga hormigas arrieras, pues no hay quien aguante su mordida. Las tareas se asignan por surcos, cada cortador avanzará con delicadeza para seleccionar las cerezas maduras; algunas rojas y otras amarillas dependiendo de la variedad. Las mujeres aprovechan la buena compañía para conversar en largas pláticas. Algunas llevan a sus bebés en un rebozo en la espalda. El ambiente se torna cálido. La cereza cortada se va reuniendo en los tenates, y se concentra en costales que se llenan poco a poco, se amarran y se sacan al camino al final de la jornada para ser pesados y determinar, al final de la semana, cuanto cortó cada familia. Todos van ataviados con arreos de cortador donde la estrella es el tenate, luego el costal, el sombrero y desde luego el machete. Pero sobre todo bien armados de ilusión y de entusiasmo. Huele a miel y a verde. Es un ciclo de la vida. La finca se convierte en una verdadera verbena, la convivencia se fortalece a la hora de la comida, donde todos comparten los diversos alimentos. Al final del “rancho”, un cigarro sin filtro ‘pal mosco’ y un trago de aguardiente. En esa pausa cordial, el viejo campesino curtido por el tiempo y el trabajo, observa satisfecho y agradecido que el ciclo vuelve a cumplirse. Que la naturaleza es sabia y la tierra generosa. Cambia la dinámica durante varios meses donde su ingreso se incrementa. Rodeado de varios compas que siempre lo escuchan con atención, pues lo ven como su maestro, le manifiestan su admiración por su extraordinaria paciencia. A lo que el veterano sabio de las laderas, testigo de muchas cosechas y sobreviviente de muchas plagas, con ceremonial elocuencia, inicia su esperada disertación: “La paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia la debilidad del fuerte’’. Así decía mi compa Emanuel Kant. La paciencia es una virtud valiosa que sólo tienen los sabios, porque son los que saben tolerar las adversidades con fortaleza y sin lamentarse. El término paciencia proviene de pacífico y de paz o sea la capacidad de permanecer tranquilo, sosegado y sin hacer movimiento alguno, manteniendo solamente una actitud expectante pero imperturbable. También se interpreta como sereno, valiente en las tinieblas y presto a esperar incólume a que la tormenta pase. El que tiene la virtud de la paciencia intuye que las cosas no dependen sólo de uno, sino de otras circunstancias. La mentada pandemia ha puesto a prueba los caracteres más fuertes. Pero la paciencia otorga la tranquilidad y el sosiego necesario para mantenerse estoico. La paciencia es un don, porque requiere trascender a un nivel más alto de evaluación de cada situación, pero también es una actitud que se puede aprender, un modo de ver las cosas como son, sin necesidad de asociarla a ninguna emoción negativa”… El tiempo corre rápido en la finca y hay que aprovecharlo. El viejo preceptor de las laderas, al ver que se extendió en su discurso, con impaciencia apura a los cortadores a que se reincorporen apresuradamente a su faena…
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