Hay fenómenos sociales que se dan de manera cíclica. Acontecen cada determinado tiempo cuando concurren una serie de factores de diversa índole, entre los cuales normalmente destaca el consistente en un profundo descontento social ante un estado de cosas. El comentario viene porque según el criterio de muchos autorizados analistas políticos, fue lo que sucedió en el proceso electoral que recién tuvimos los mexicanos, en el cual una expresión política de nuevo cuño, prácticamente arrasó en todo el territorio nacional.
Creo que los priistas de a pie no la vimos venir. Subestimamos la justificada irritación social y un acendrado anti priismo que considero, rebasaba los límites de lo racional al establecer estereotipos que impidieron la asunción al poder de políticos probos con amplia y limpia trayectoria, que también los hay en las filas del priismo. Lo vivimos en el estado de Veracruz.
Si bien es cierto que el PRI arrastraba un enorme desgaste derivado de periodos prolongados en el ejercicio del poder, por su verticalidad y autoritarismo, desapego de las bases y creación de camarillas que se rolaron los puestos dentro del poder legislativo como ejecutivo, y que en épocas recientes incurrieron en escandalosos abusos amasando enormes fortunas personales, mientras el grueso de la población enfrenta una realidad en la cual sus expectativas de vida se ven dramáticamente acotadas, con todo, afirmar que todos los priistas son iguales en la proclividad al abuso y la corrupción, deviene en un simplismo inadmisible, en un maniqueísmo que no resiste un ejercicio de reflexión crítica.
El PRI toca fondo. El castigo que los ciudadanos le dieron en las urnas es devastador. Hay quienes sostienen que su ciclo de vida se ha agotado, y con esa idea muchos de sus militantes migran hacia otras corrientes políticas, posiblemente más por conveniencia que por convicción; sin embargo la historia registra muchos ejemplos en el mundo de partidos que siendo avasallados en una contienda electoral, contra todos los pronósticos al tiempo recuperan la confianza ciudadana y se hacen de nueva cuenta del poder.
Cierto, recuperar la confianza no es empresa fácil pero tampoco imposible. El PRI necesita muchos re: repensarse, refundarse, reencontrarse, etc., de manera seria, más allá de la retórica y la simulación. Debe darle sentido a sus fundamentos ideológicos, democratizarse, reencontrarse con su militancia, abanderar las causas populares, vivir su propio código de ética y abandonar un modelo de gestión por demás agotado; para ello necesita un liderazgo que recupere la emoción, que concite, que tenga ojos y oídos, un sentido de la presencia y, fundamentalmente, la habilidad para lograr que las miradas se orienten a un mismo punto, abandonando la pretensión inútil de la unidad en el pensar y en actuar. En lo inmediato el PRI debe aprender a ser una oposición inteligente y responsable, sobre todo porque en la nueva conformación política, los equilibrios y contrapesos resultan absolutamente indispensables.
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