Recuerdo cuando niño. Mi abuela dejaba salir a mis tías a condición de que yo las acompañara, ellas protestaban alegando que era bien grosero; nada valía ante la decisión inflexible de la abuela, terminaba por cumplir con el importante encargo de acompañar a mis tías solteras y casaderas.
Iban a lavar al arroyo en un punto que llamaban “La Loma”. Cada una tenía su piedra donde restregaban la enjabonada ropa, mientras entonaban a media voz una canción de amor, casi de decepción; yo me entretenía atrapando mariposas, apedreando lagartijas o pescando topos. La súplica que a veces casi se tornaba en amenaza de parte de mis tías, era que no dijera nada; escuchaba la conversación de ellas, entre ellas, creyendo que yo no las comprendía, en parte tenían razón, lo que ignoraban es que alentaban mi precoz imaginación.
Al poco rato llegaban ellos, los novios, me regalaban un chicle y unos dulces que se llamaba “Tehuanos”, a veces me daban dos pesos para que me fuera a darme una vuelta lo más lejos que pudiera con la complacencia de mis tías, pero no me iba lejos, regresaba bien pronto y ellos retiraban las manos con rapidez mientras me miraban con manifiesto enfado.
Oía sus pláticas, cada una hablaba de los defectos del novio de la otra, pero siempre llegaban a la misma conclusión: ese era su destino, luego había que resignarse y tolerar todo, los deslices, los engaños, los rumores dolosos, las burlas. Siempre hablaban del destino, que mi mente infantil dibujaba como un personaje embustero, traidor, caprichoso, con mil caras, a veces seductor, contra el cual era inútil oponerse porque siempre terminaba imponiendo su voluntad.
Triste el pensamiento de mis tías, tal vez igual al de muchos, que bajo la falacia de la suerte o el destino, renuncian a luchar por mejorar sus condiciones, por abolir las relaciones de sumisión, por dar y recibir respeto, comprensión y amor.
Ahora que los recuerdos asaltan mi memoria como un torrente, aun bajo la lupa del raciocinio, las dudas persisten, sobre todo cuando te das cuenta que hay quienes alcanzan el éxito por cuestiones puramente azarosas, mientras otros luchan con denuedo sin poder obtenerlo, entonces te queda el pensar si las cosas se dan por suerte o por arbitrio del destino, quién sabe, realmente no lo sé, lo que alcanzo a entender es que un acto cualquiera puede determinar el presente o el futuro. Un sí o un no, pueden significar la ruina o la bonanza; una decisión puede provocar un giro inesperado en la vida, así como una caricia o un beso sorpresivo, puede despertar los sentimientos más sublimes o la pasión que ofusca. Con todo, vale la pena luchar con gallardía por lo que se cree, por lo que otorga sentido a la vida. Si como dice Kant o Ortega y Gasset, según la erudición de otros, que: “El hombre es él y sus circunstancias” entonces hay que buscar alterar a favor esas circunstancias para provocar a la suerte o para retar al destino, porque tal vez, el secreto está en disfrutar el camino antes del placer de cruzar la meta o de izar la bandera de la victoria en la cima conquistada.
Amo a mis tías, su destino fue casarse con aquellos novios. Ahí están, con su suerte, con su cruz, dicen ellas, mientras defienden, cuando la ocasión lo amerita, al que ahora le dicen: mi viejo”.
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