Ignoro si te das cuenta pero, soy un hombre de fe. Por eso suelo hacer cosas fuera de los modos y los tiempos establecidos. Cierto, no frecuento los recintos donde tienen lugar los ritos religiosos, pero siempre mi primer y último acto del día consiste en agradecer y pedir. No creo que te percates de ello, a veces pienso que hay muchas cosas que tú no percibes, pareciera que siempre tiene prisa y a veces indiferencia. Me declaro devoto de la virgen. Muchas veces le pedí tu llegada y que esta fuera bien. Así fue. Creciste como llegaste, inquieto. Tal vez no supe entender tu energía y natural inteligencia aún pendiente de que encuentres tu cauce, tu llamado, o vocación.
La primera queja: un puntapié en la espinilla de la nobel “maestra” de primer grado con perfil profesional de bachillerato, tomando cursos sabatinos de regularización pedagógica. Acudí puntual a ofrecer la concebida disculpa. Te regañé y en mi enojo cometí el error de decirte que te comportaras como si no fueras mi hijo. Tu respuesta me sorprendió, con lágrimas en los ojos dijiste: si quieres, nos hacemos la prueba del ADN. Luego preguntaste: ¿Sabes por qué le pegué a la maestra?... Mi compañero de banca le picó las costillas con su lápiz a otro niño y me echó la culpa, la maestra me quitó mi lápiz, me picó con él y luego lo rompió, no me aguanté, me dio mucha muina porque yo no había sido. Cursabas el prime grado de primaria.
La anécdota: casi siempre tuve de necesidad de trabajar fuera, alguna vez me lo reprochaste. Un fin de semana llegué a casa con unos colegas, llegaste de reversa en un desvencijado triciclo, los miraste a todos y sin más dijiste: “puros indios”. Siguió la carcajada de ellos y el regaño mío. Estando en el corral de las aves, llegas como casi siempre, corriendo y preguntando. Con el dedo índice empiezas a contar y dices 13, te digo, cuenta bien me parece que son 12. Es que también te estoy contado a ti, fue tu ocurrente respuesta.
No hubo forma de hacerte permanecer en la universidad. Te visualizaba siendo un profesionista exitoso; tu decisión de desertar me causó decepción. Tu argumento fue que para triunfar en la vida no necesariamente tienes que ser universitario; en parte tienes razón, pero lo que no comprendiste es que la universidad otorga perspectivas diferentes.
Decidiste no llegar y mil ideas laceran mi mente y mi corazón. Te espero con mil reproches hilvanados. Te veo llegar tan tranquilo y solo alcanzo a musitar: gracias virgencita. Primero fue el pedir tu llegada, ahora el pedir es que encuentres el camino, que te encuentres contigo mismo. Admiro tu habilidad para trabajar, te falta voluntad, comprender que la inteligencia sin perseverancia y sin tenacidad puede resultar insuficiente. Tienes un gran corazón y buenos sentimientos que niegas y ocultas tras una máscara irreverente. Sé que vas a triunfar, lo veo, suelta las amarras y corre al encuentro de lo que eres, un hombre bueno.
Estoy en el momento de agradecer, por ti. Sabes que te quiero, me dijiste un día. Sabes que te quiero, te lo digo hoy.
P.D. La prueba no hace falta… lo que se ve no se juzga.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario