Vida renovada y muerte recordada.- La finca se viste de gala para recibir, vestida de rojo encendido, a muchos cortadores que llegan a lomas y laderas con el tenate en la cintura a cosechar ilusiones. Todo el año de esmero en poda, chapeo, limpia, abono, deshijada, azadón y resiembra, ahora se ven coronados con una espléndida producción. En las zonas más bajas, ya entran cuadrillas en los surcos para acariciar las ramas con manos toscas y verter los brincotones granos dentro del tenate y luego a la lona. Por la tarde, el mayordomo con la romana en mano, pesa el producto del esfuerzo y lo anota en una libreta. Los cortadores también llevan su cuenta para cuadrarla el sábado. Con noches de luna llena y mañanas soleadas, la finca abraza a los cortadores que cantan, chiflan y bromean, entre el aroma de miel y humedad. El viejo cortador curtido por el tiempo y el trabajo, se contonea orgulloso contemplando la abundancia de frutos encendidos. Parsimonioso corta naranjas chinas y cuidadosamente las guarda en su lona. “Son para la ofrenda…” uno de los cortadores que estaban cerca le pide le explique el significado profundo del altar de muertos. A lo que el nigromante de las laderas, el astrólogo pragmático testigo de muchas lunas de octubre, se esponja como pavorreal para discurrir en voz alta: “Es una tradición ancestral con un simbolismo milenario. Es para recibir y agasajar a quienes se nos adelantaron en el camino, que habitan en otro plano, pero vienen en estas fechas. Se coloca sobre una mesa cuyos niveles representan la existencia. Los más comunes son los altares de dos niveles, que representan el cielo y la tierra; los altares de tres niveles añaden el concepto del purgatorio. A su vez, en un altar de siete niveles se simbolizan los pasos necesarios para llegar al cielo y así poder descansar en paz. Este es el altar tradicional. En su elaboración se consideran ciertos elementos básicos. En el escalón superior va colocada la imagen del santo del cual se sea devoto. El segundo se destina a las ánimas del purgatorio; es útil porque por medio de él, el alma del difunto obtiene el permiso para salir de ese lugar en caso de encontrarse ahí. En el tercer escalón se coloca la sal, que simboliza la purificación del espíritu. En el cuarto, el personaje principal es otro elemento central de la festividad del Día de Muertos: el pan, que se ofrece como alimento a las ánimas que por ahí transitan. En el quinto se coloca el alimento y las frutas preferidas del difunto. En el sexto escalón se ponen las fotografías de las personas fallecidas y a las cuales se recuerda por medio del altar. Por último, en el séptimo escalón se coloca una cruz formada por semillas o frutas, como el tejocote y la lima”. Embelesados los campesinos, no emitían ningún comentario para que continuara. El faraón de las cañadas prosigue: “Las ofrendas deben contener una serie de elementos y símbolos que inviten al espíritu a viajar desde el mundo de los muertos para que conviva ese día con sus deudos. Entre los elementos más representativos del altar se hallan los siguientes: Imagen del difunto, la cruz, imagen de las ánimas del purgatorio, copal o incienso, arco de rama tinaja y flor de cempasúchil, papel picado, velas, veladoras y cirios; agua, flores, calaveras, comida, pan y “trago”; todos estos elementos tienen su respectiva simbología de luz, respeto y abundancia”. Todos los que lo escucharon quedaron en silencio, evocando la imagen de sus ancestros fallecidos. Nostalgia, melancolía y recuerdos, invadieron las alegres laderas... Mientras tanto, en algunas casas, las mujeres ya se encuentran batiendo la masa martajada para los tamales. Ya está lista la salsa, el mole y el pipián; para eso ese mató al marranito. Ya están listas las hojas de plátano, de choco y de totomoxtle… ya vienen llegando…
lunes, 29 de octubre de 2018
DESDE LA FINCA - Por: El Cortador
Vida renovada y muerte recordada.- La finca se viste de gala para recibir, vestida de rojo encendido, a muchos cortadores que llegan a lomas y laderas con el tenate en la cintura a cosechar ilusiones. Todo el año de esmero en poda, chapeo, limpia, abono, deshijada, azadón y resiembra, ahora se ven coronados con una espléndida producción. En las zonas más bajas, ya entran cuadrillas en los surcos para acariciar las ramas con manos toscas y verter los brincotones granos dentro del tenate y luego a la lona. Por la tarde, el mayordomo con la romana en mano, pesa el producto del esfuerzo y lo anota en una libreta. Los cortadores también llevan su cuenta para cuadrarla el sábado. Con noches de luna llena y mañanas soleadas, la finca abraza a los cortadores que cantan, chiflan y bromean, entre el aroma de miel y humedad. El viejo cortador curtido por el tiempo y el trabajo, se contonea orgulloso contemplando la abundancia de frutos encendidos. Parsimonioso corta naranjas chinas y cuidadosamente las guarda en su lona. “Son para la ofrenda…” uno de los cortadores que estaban cerca le pide le explique el significado profundo del altar de muertos. A lo que el nigromante de las laderas, el astrólogo pragmático testigo de muchas lunas de octubre, se esponja como pavorreal para discurrir en voz alta: “Es una tradición ancestral con un simbolismo milenario. Es para recibir y agasajar a quienes se nos adelantaron en el camino, que habitan en otro plano, pero vienen en estas fechas. Se coloca sobre una mesa cuyos niveles representan la existencia. Los más comunes son los altares de dos niveles, que representan el cielo y la tierra; los altares de tres niveles añaden el concepto del purgatorio. A su vez, en un altar de siete niveles se simbolizan los pasos necesarios para llegar al cielo y así poder descansar en paz. Este es el altar tradicional. En su elaboración se consideran ciertos elementos básicos. En el escalón superior va colocada la imagen del santo del cual se sea devoto. El segundo se destina a las ánimas del purgatorio; es útil porque por medio de él, el alma del difunto obtiene el permiso para salir de ese lugar en caso de encontrarse ahí. En el tercer escalón se coloca la sal, que simboliza la purificación del espíritu. En el cuarto, el personaje principal es otro elemento central de la festividad del Día de Muertos: el pan, que se ofrece como alimento a las ánimas que por ahí transitan. En el quinto se coloca el alimento y las frutas preferidas del difunto. En el sexto escalón se ponen las fotografías de las personas fallecidas y a las cuales se recuerda por medio del altar. Por último, en el séptimo escalón se coloca una cruz formada por semillas o frutas, como el tejocote y la lima”. Embelesados los campesinos, no emitían ningún comentario para que continuara. El faraón de las cañadas prosigue: “Las ofrendas deben contener una serie de elementos y símbolos que inviten al espíritu a viajar desde el mundo de los muertos para que conviva ese día con sus deudos. Entre los elementos más representativos del altar se hallan los siguientes: Imagen del difunto, la cruz, imagen de las ánimas del purgatorio, copal o incienso, arco de rama tinaja y flor de cempasúchil, papel picado, velas, veladoras y cirios; agua, flores, calaveras, comida, pan y “trago”; todos estos elementos tienen su respectiva simbología de luz, respeto y abundancia”. Todos los que lo escucharon quedaron en silencio, evocando la imagen de sus ancestros fallecidos. Nostalgia, melancolía y recuerdos, invadieron las alegres laderas... Mientras tanto, en algunas casas, las mujeres ya se encuentran batiendo la masa martajada para los tamales. Ya está lista la salsa, el mole y el pipián; para eso ese mató al marranito. Ya están listas las hojas de plátano, de choco y de totomoxtle… ya vienen llegando…
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario