Al hablar de “las ciencias”, en plural, destaca en primer lugar el hecho de que no existe una “Ciencia” que se pueda concebir como única en su método de estudio. La idea de una “Ciencia” que sirviera como única forma de investigar el mundo, y establecer leyes o teorías respecto de él, se forjó a inicios del siglo XIX por la influencia de los filósofos Augusto Comte y John Stuart Mill, para quienes el único conocimiento válido era aquel que se obtenía por medo de la experiencia y el método experimental o “método científico”. En aquella época la Física se llegó a concebir como el prototipo de “La Ciencia” a seguir, debido a sus alcances para establecer leyes universales, como las formuladas por Isaac Newton, y corroborar éstas por medio de las matemáticas obteniendo resultados exactos en su experimentación.
Sin embargo, al paso del tiempo el incremento del conocimiento sobre el mundo y sus fenómenos hizo que surgieran nuevos modelos o paradigmas de investigación, dando a su vez origen a nuevas ramas científicas. El segundo gran paradigma de las ciencias fue la Teoría de la Evolución, o Darwinismo, formulado por Charles Darwin en 1859 en su libro “El origen de las especies” por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida.
Cabe aclarar aquí que, aunque algunos principios científicos que siguen siendo válidos se remontan a siglos atrás, como los trabajos de Arquímedes de Siracusa (siglo III A.C.) O Herón de Alejandría (siglo I D.C.), las ciencias tal como hoy las conocemos adquieren su estructura y reconocimiento actual a fines del siglo XVIII y durante el XIX e inicios del XX. Hoy podríamos clasificar a las ciencias en Naturales (Física, Química, Biología), Sociales (Economía, Historia, Geografía) y exactas (Cálculo infinitesimal e integral, Estadística).
Pero la pregunta fundamental sobre las ciencias y sus conocimientos es ¿Cómo han influido en el desarrollo de la Humanidad? Y es aquí donde la importancia de la investigación científica resalta en el curso de la historia y en la vida cotidiana del hombre. Si pensamos que casi toda la existencia de nuestra especie transcurrió en la prehistoria, y que hace unos 30,000 años los humanos aun vivían en cuevas, es impactante el desarrollo tecnológico y social que se ha gestado tan solo en la segunda mitad del siglo XX; las comunicaciones modernas, el desarrollo urbano y los avances de la medicina nos han dado una forma de vida que ha facilitado, diversificado y prolongado nuestra vida. Basta con recordar que hace unos 100 años no existían los medios electrónicos de comunicación, los medios actuales de transporte, los antibióticos o muchas de las vacunas que hoy se aplican a la población infantil, para apreciar la importancia de las ciencias y sus aplicaciones por medio de la tecnología.
Finalmente llama la atención el hecho de que, viviendo en un entorno creado por los avances de las ciencias, muchas personas aplican estos avances, pero no conocen los principios científicos ni reflexionan sobre el proceso que nos ha conducido a ellos. Al encender un electrodoméstico es bastante raro que quien lo hace, reflexione sobre las relaciones entre el voltaje, la intensidad de la corriente y la resistencia del conductor que le permiten funcionar, no se diga ya del funcionamiento del motor eléctrico en una licuadora cualquiera.
Por otro lado, persisten como “conocimiento” los horóscopos, diversos tipos de adivinación o la “brujería”, que aunque carentes de todo fundamento influyen en el ánimo de una gran cantidad de personas. Si bien las ciencias no son el “conocimiento único” al que podemos acudir en busca de soluciones a los diversos problemas de la vida (piénsese en la religión y la filosofía como saberes de otro género, pero también válidos) sí es importante llegar a tener una sociedad informada, instruida y conocedora de los avances científicos que nos obsequian hoy una existencia cómoda y placentera.
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