lunes, 25 de enero de 2021

DESDE EL AULA - Profesor Julio Hernández Ramírez


Un temporal atípico.- 


La vida del trabajador del campo es dura. Cuesta hacer producir la tierra, los insumos requeridos son caros y los frutos pocas veces encuentran precio justo en el mercado. El coyote tiene una voracidad increíble, sin mucho trabajo se queda con la mayor ganancia y aun así, hacer florecer el surco es gratificante.


Es lunes 18 de enero, con fe, con esperanza, con amor y emoción, me ocupo en sembrar arboles de limón. Hay buena humedad, es el comentario compartido. El corte del injerto debe quedar orientado a donde sale el sol y hay que tener cuidado de cortar con la tijera de podar la raíz que ya se enroscó como cola de cochino y apretar la tierra desde abajo, recomienda tartamudeando el viejo trabajador con el rostro ajado y curtido de tanto exponerlo a la intemperie y el cuerpo enjuto y resistente por y ante las rudas faenas, el mismo que mienta madres para luego musitar una plegaria o entonar una canción de amor o desamor en apenas un susurro.


A media mañana el almuerzo. Sentado en la tierra con las piernas estiradas dice casi con devoción, primero me voy a echar ‘un chiquito’, refiriéndose a un trago de aguardiente; se pone alegre y come con ganas, en abundancia sin que la obesidad represente problema alguno, pues ni siquiera se asoma.


Es martes 19 de enero. Los arboles plantados el día anterior amanecen marchitos, se ven tristes con las hojas torcidas. Hay buena humedad, lo marchito es por el corte de raíz enroscada pero una vez que peguen, ya veras que chulos se van a poner.- comenta el mismo viejo-. El tiempo ya va a asentar vienen soles muy fuertes, tercia otro experimentado trabajador.


Terminada la jornada, dispongo que al día siguiente lleven unos tambos con agua para regar los arboles recién plantados. Con que les dejen bien mojada la tapitas, les digo, aguantan unos días mientras pegan.


Es miércoles 20 de enero. Son las cinco de la mañana, me arrulla el murmullo de una lluvia pertinaz. Dubitativo en la soñolencia pienso si es sueño o realidad, corro la cortina y el cristal de mi ventana y corroboro que es cierto, llueve muy tupido y una alegría embarga mi ser ante tal prodigio, es la misma alegría que embarga a los hombres de campo. Llueve todo el día como hace muchos años no se veía en el mes de enero, es un temporal atípico que llega como regalo divino y que se interpreta como el preludio de un año bueno, así se comenta en las melgas, en las veredas, en el surco, en el corredor de la tienda y en el atrio. No habrá seca, dicen, los arroyos crecieron  y las ollas se llenaron, la humedad aguantará hasta parte de marzo, solo quedará abril pues luego de la fiesta de san Isidro en mayo, es posible que las lluvias lleguen.


Tales son las preocupaciones del hombre de campo, rudo, noble, creyente y agradecido. Con su trabajo le arranca sus frutos a la tierra, para que el citadino y todos lleven alimentos a su mesa.


A veces se les desprecia, poco le importa, muchas veces se le tiene en el olvido. Es triste y contradictorio que hoy como nunca se le tenga en el abandono, pero eso sí, primero los pobres, pero para hacerlos más pobres.




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