El próximo 28 de enero se cumplen 35 años de una de las mayores tragedias de la NASA: el accidente del Transportador Espacial Challenger en 1986.
Eran las 11:39 am (hora de Florida), las escuelas en Estados Unidos habían parado sus clases para que los alumnos vieran en directo cómo viajaba al espacio la primera ciudadana civil, no militar, la profesora Christa McAuliffe. Además de los astronautas Gregory Jarvis, Judith Resnik, Dick Scobee, Ronald McNair, Michael J. Smith y Ellison Onizuka.
El lanzamiento se había retrasado, e incluso se llegó a pensar que no podría efectuarse, pues la temperatura en el momento del despegue era de 2 grados centígrados; los ingenieros, como se supo después en la comisión de investigación de la tragedia, habían advertido que no debía lanzarse a menos de 11,7 °C.
Apenas un minuto después del despegue, pudo verse en directo cómo el Challenger se convertía en una bola de fuego. Se desintegró debido a una serie de fallos técnicos en los anillos o unas juntas que sellan el cohete de propulsión que proyecta la nave, lo que produjo un escape de gas que perforó el depósito principal e hizo que acabara envuelto en llamas.
Se tardaron casi dos meses en encontrar los restos de los siete fallecidos, que cayeron al Océano Atlántico, a unos 28 kilómetros de la costa de Cabo Cañaveral, sitio del despegue.
Esta tragedia fue un duro golpe para una NASA en plena ebullición por enviar transbordadores al espacio; la tragedia cambió a la agencia para siempre: se revisó toda la tecnología y el protocolo de los transbordadores, y se frustró su aspiración de enviar civiles al espacio para involucrar a la sociedad en sus exploraciones.
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