Simbolismo del equinoccio de primavera.- En la finca, las señales de que el invierno se ha ido, son evidentes. El color de las hojas de los arboles adquiere un verde brillante y renovado. Los pájaros se ponen más inquietos y escandalosos desde muy temprano y las laderas se empiezan a pintar de muchos colores con la floración que ilumina las lomas. El ciclo estacional comienza y la vida se renueva en el campo. Las labores en la finca son de ese mantenimiento después de la cosecha. El ruido de las morunas de chapeo y poda, retumba en un eco entre las laderas. Los campesinos inician más temprano, pues hay que ganarle al sol. Esta semana ya se han sentido fuertes calores, que anuncian una primavera calurosa. A la sombra de un chalahuite los compas se refrescan con la fría agua de su inseparable calabazo, pero observan que el viejo patriarca de las fincas tiene dos: un calabazo grande y uno pequeño. Al cuestionarle sobre ese detalle, el viejo campesino curtido por decenas de solsticios y equinoccios, comenta que el pequeño contiene aguardiente con azahares del primer viernes de marzo: “tienen virtud”, comenta parco, mientras le da un sorbo a la cítrica y reconstituyente vacuna. Uno de los compas le pide al sabio astrólogo pragmático que explique el cambio de estación. A lo que ni tardo ni perezoso el Merlín de los cafetales, forjado en la fragua de Cronos, tras un buche del elixir mahuixtleco, se arranca con su cátedra: “El equinoccio marca el cambio de estación invierno-primavera, La palabra proviene del latín aequinoctium y significa “noche igual” indicando que la duración de la noche y el día será la misma. Es cuando la luz vence a las tinieblas, la naturaleza despierta y las plantas se cargan de energías y poderes”… Se limpia la boca con un gastado pañuelo rojo y continúa: “Los antiguos creían que el sol de primavera provocaba la resurrección anual de la naturaleza. Con su presencia, el sol ahuyentaba los males que afligían a la Tierra, disipaba las tinieblas e impregnaba a todos los seres con la cálida influencia de sus rayos. Esta idea procede de los misterios de las culturas más antiguas del mundo. La mayor enseñanza filosófica que podemos obtener de ello es que en la naturaleza la vida se sostiene por la muerte, y que todo ciclo se rige por tres etapas: generación, destrucción y regeneración. El sol invicto de primavera es la luz que triunfa sobre las tinieblas. Es la vida que trasciende a la muerte. Es el orden que nace del caos”… El conocimiento de los grandes misterios, es decir, de cómo se concatena el ser, con el universo y con Dios, fluye alegórico de la boca del viejo nigromante, tal vez estimulado por los azahares. Tras un delicado sorbo y un expresivo gesto, continúa: “Debemos aprovechar este nuevo renacer dejando atrás los rencores, las malas prácticas y abrazar la ley del amor como bandera, practicando la bondad y el servicio, ayudando con nuestra luz los trabajos del creador, para mejorar nuestro mundo y avanzar en nuestra evolución. Es momento de aprovechar la irradiación de energías nuevas sobre nosotros para que con el uso de la voluntad y la inteligencia continuemos la obra de la creación. Este despertar de la naturaleza, debe relucir en nuestra vida. Es buen momento para que nazcan en nosotros los buenos pensamientos y sentimientos, como el amor y la gratitud; una palabra de aliento en el oído de quien lo necesita, es como una lluvia en la tierra seca. Así como el sol cuando amanece disipa los miedos y la oscuridad de la noche, asimismo la luz del amor debe resplandecer y disipar la ignorancia y la indiferencia”… Extasiados por la ilustrativa explicación, los cortadores deciden ir por más azahares para continuar sintiendo la luz del universo y de la primavera en su interior…
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