Un viaje a sus raíces
Miércoles por la mañana. Luego de colocar la taza de café sin azúcar en el escritorio, quien esto escribe se da cuenta de que no ha perdido esa sensación infantil al disfrutar de esto que, aun tratándose de un trabajo, es más un juego. No se necesitan cápsulas de tiempo para desenterrar lo que sentimos en los primeros años. Quizá es un poco raro pero es un privilegio que requiere de engarzar el placer natural por lo que se está haciendo con el profesionalismo y su inherente carácter competitivo.
Hoy, además de construir proyectos y agendas políticas viables, quienes aspiran a estar en la boleta electoral tienen la encomienda de trabajar en el perfeccionamiento de ese don. Se trata de adaptar el profesionalismo a ellos y que no suceda a la inversa. ¿Es fácil escribirlo? Probablemente sí, pero con toda seguridad podría ser un elemento definitorio en los próximos comicios ¿Cuál es la base del argumento? La escasez de ese tipo de talento lo vemos en la raquítica alternancia que ha habido en los candidatos a un cargo de elección popular durante los últimos años.
En el pasado reciente del ámbito electoral, los votantes querían cuestionarse si había suficiente materia prima para elegir, pero el foco de atención siempre estuvo en quienes NO deberían ser electos. Hoy, para conseguir la hazaña de llegar a una alcaldía o a una diputación, se debe apelar a un factor clave difícil de rebatir: El nivel de influencia que puede llegar a tener una persona para el éxito de todo un equipo.
Más allá de los gustos y subjetividades, de las filias y de las fobias o de las tendencias y estilos particulares, el aspirante que quiere triunfar se debe adaptar a los tiempos que corren. La escuela tecnócrata con discursos llenos de términos impronunciables para el grueso de la población, va de salida y el electorado busca a ese personaje capaz de combinar de manera natural una personalidad suficientemente atractiva con esa espontaneidad que trae quien gusta de la “charla banquetera”.
Sin importar el número de nombres en la boleta, el votante elegirá a quien crea capaz de resolver complejidades técnicas que se presenten en el día a día. Los planes cautelosos, tímidos y poco originales suenan ya a charlatanería. Se requieren plataformas inteligentes, valientes, sustanciales… con algo de “encanto”; nuevas propuestas para el siglo XXI y alguien capaz de abrir un atajo en la línea del tiempo.
Tanto los aspirantes de hoy como los candidatos del mañana, podrán hacer la diferencia si desde ahora le regalan a la gente un pasaje a otros tiempos. Merece la pena hablar directamente con el mundo y compartir el anhelo de una vida digna en la que, por ejemplo, los niños puedan volver a la calle o regresen a casa enlodados por pasar un rato en las canchitas de tierra. El apoyo paternalista, como las madres solteras, los adultos mayores o el impulso a la juventud a través de “becas” con pagos de mil pesos en una sola exhibición, hoy suena a demagogia. La gente quiere, por el momento, una sola cosa: Un viaje a sus raíces.
El aspirante, precandidato o el propio candidato pueden darle al votante justamente eso con detalles muy sencillos y gratuitos, como la sonrisa. Cuando se mantiene una conversación con alguien, sólo una pequeña fracción de la información que se obtiene de otra persona procede de las palabras, un porcentaje alto e importante tiene su origen en la comunicación no verbal. La sonrisa es una de las herramientas más importantes para establecer un vínculo de confianza. El gesto puede durar un instante pero puede permanecer en el recuerdo y se convierte no solo en la mejor tarjeta de presentación sino en una herramienta eficaz para “volver al juego” con toda la energía.
En la política de hoy no solo se conquistan territorios, se piensa en las mejores maneras para ir dejando huella y una de ellas es conceder lo que una cápsula del tiempo puede lograr, que la memoria y los mensajes del presente puedan ser conservados intactos y encontrados por generaciones futuras.
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