Para cualquier ciudadano, con o sin estudios, es fácil darse cuenta cuando la temporada de elecciones se acerca, por distintas razones. En primer lugar, se observa un cambio perceptible en la atención de los gobiernos a las demandas ciudadanas, para quedar bien y para que vuelvan a votar por su partido o su familia, que no atendieron en tiempo y forma.
Otro indicador es que se empiezan a escuchar nombres de personas o asociaciones civiles, que dicen ser ciudadanos ejemplares, tener experiencia laboral y querer lo mejor para Teocelo, pero tampoco tiene un trabajo de fondo, sólo de relumbrón.
Con la pandemia y la obligatoria cancelación de eventos masivos, no faltará quien quiera apadrinar “la barranca” con tal de poner su nombre en boca de los ciudadanos.
También desde los puestos públicos están quienes lucran con las acciones que son su trabajo para vender la imagen ideal de un futuro candidato, pero para quienes son críticos y objetivos, saben que eso es abusar del poder, aunque sea desde un cargo honorífico.
Todos están en su derecho de buscar, si no lo hicieron antes con acciones, para que los ciudadanos los ubiquen, los conozcan, que hablen de ellos (algunos se conforman con que hablen mal) para poder lograr una candidatura en algún partido político, para ello, necesitan estar en la opinión pública.
En su libro “¿Qué es la democracia?”, que se encuentra en la biblioteca jurídica virtual de la UNAM, Giovanni Sartori comenta: “opinión pública” denota, en primerísima instancia, un público interesado en la “cosa pública”. Y agrega “Se dice que una opinión es pública no sólo porque es del público (difundida entre muchos) sino también porque implica objetos y materias que son de naturaleza pública: el interés general, el bien común y, en sustancia, la res pública”.
De ahí la importancia de lo que los ciudadanos piensen, pero también de lo que observen, tanto de las autoridades como de las personas que conforman la sociedad.
Las personas son libres de hacer lo que gusten siempre y cuando no afecten a terceros, pero si su modo de conducirse queda en entredicho con actividades que claramente dañan a la sociedad, como vender alcohol en espacios deportivos, por poner un ejemplo, no debe sorprender que los propios ciudadanos señalen las acciones que pudieran ser reprobables antes, durante y después de un proceso electoral.
Es importante observar el actuar de los ciudadanos, porque de ellos salen los gobernantes. Las recetas de antaño ya no funcionarán: ser de Teocelo, ser empresario, ser mujer u hombre, tener estudios de posgrado, tener un padrino o familiar que te respalde; ya no es garantía para ganar una elección, pues el pueblo está harto de que las autoridades, de cualquier nivel, no resuelvan los problemas, tengan una quincena más que generosa y no transparenten el uso de los recursos. El honor, la humildad y la honestidad no se pueden ocultar ni adjudicar.
Lo que piensen los ciudadanos es importante para aquellos que pretenden gobernarlos, porque desean saber qué decir para llegar al puesto y después olvidarse de ello, como históricamente Teocelo lo ha comprobado. Con sus honrosas excepciones.
Como siempre, el lector tiene la mejor opinión siempre.
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