El monumento a la derrota
Cuando la sociedad y las autoridades se unen para alcanzar una meta, sólo cosas buenas pueden pasar, participar en algo así debe ser una vivencia portentosa, impresionante, sólo imagínenlo, todos trabajando en conjunto por el bien común, el bien de todos, ningún interés se impone a los demás, tanta bella armonía como seguramente encontramos en la transcripción de la Pequeña Fuga en sol menor de Bach, tenazmente orquestada por Leopoldo Stokowsky.
Sin embargo, en esta extraordinaria ocasión vengo a ustedes para hablarles de nuestra derrota. Hace unos días me vi en la necesidad de viajar a la ciudad de Xalapa (el día 30 de septiembre del presente año), en el trayecto mientras nos acercábamos a la zona conocida como Los Arenales, se hizo una larguísima cola del otro lado, de los carriles que vienen de Xalapa hacia Coatepec, es raro que se hagan embotellamientos en este camino estatal, ocurre siempre que lamentablemente hay un accidente.
Había un grupo de trabajadores ahí, vestidos con overol beige, chaleco amarillo fluorescente y cintas reflejantes, con cascos y herramientas, habían dispuesto trafitambos, barreras y cintas para reducir a un solo carril la circulación de esta carretera estatal; confeccionaban un tope, una barrera contra nuestros ánimos, una pared para detener nuestra necedad, para frenar la absurda ilusión que nos invade con la prisa, un obstáculo de concreto para nuestro escaso entendimiento y nuestra suicida distracción voluntaria; sentí vergüenza, impotencia, coraje y rechazo.
Este tope, este reductor de velocidad, este dispositivo para el control del tránsito no puede ser otra cosa más que un atípico monumento que le hacemos a la derrota, en donde todos aceptamos que fuimos incapaces de hacer lo que debía hacerse, en donde todos tercamente colocamos nuestro grano de arena, este obelisco horizontal que en vez de apuntar al cielo para celebrar una victoria, yacerá una vez terminado horizontal, tirado ahí con toda la carga de vergüenza que debe representar.
Esta es la respuesta de la desesperanza, la apatía y el sin sentido, para qué educarnos, para qué obedecer las leyes de tránsito, para qué cuidarnos y cuidar del otro si podemos cerrarnos el paso, ponernos barreras, si esas cuatro columnas tumbadas que sostienen nuestra bajísima cultura vial no funcionan, habrá que pensar muy seriamente en cerrar esa mortal carretera, poseída por los demonios de la incultura y el valemadrismo existencial.
Sin pesimismo alguno y sí con afán descriptivo concluyo con esto, hace cosa de un mes leí en el buscador de Google la sentencia siguiente:
“De acuerdo a datos del INEGI, la entidad veracruzana registra un incremento de hasta el 43%, es el primer lugar nacional. El estado de Veracruz pasó de los 8 mil 626 a los 12 mil 398 accidentes de tránsito terrestre en un solo año, de acuerdo a cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI)”
De este brutal aumento en el índice de siniestralidad, qué tanto tuvo que ver la Carretera Estatal número 7 Xalapa-Coatepec, me parece, presiento que bastante, mientras, nos queda claro que las leyes de los hombres podemos burlarlas y tal vez salir impunes, pero quizás algún día en el futuro vamos a poder entender que las leyes de la física son severas y con el simple intento de infringirlas pagaremos un carísimo costo.
Este triste y bien ganado túmulo, que sirva para enterrar nuestro deber de circular a una velocidad moderada en un camino de concreto con menor factor de rozamiento que el del asfalto. Sociedad y autoridades bajemos la cabeza y la velocidad al pasar ante este monumento a la derrota, por ahora acepto mi parte de culpa, pero no cesaré en mi empeño de educar a mis semejantes en el buen uso de la vía pública.
“El número de topes en una población es directamente proporcional a la incultura de sus habitantes” (Cita que escuché de un gobernador, no recuerdo cual).
Comentarios a: jojerihmx@gmail.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario