lunes, 16 de noviembre de 2020

DESDE EL AULA - Por: Profesor Julio Hernández Ramírez


La memoria es corta, el olvido llega pronto y con él, la impunidad y el perdón tácito, de ellos se vale el cínico, el mediocre y el perverso. Conviene estar alerta, como el centinela, como recomienda el texto bíblico a la esposa del marido ausente, para mantener vivo el recuerdo, para tener lejos el olvido, es lo justo.


Inmersos en la tragedia de una pandemia cuyo fin no se vislumbra, que por el contrario, amenaza con mayor fuerza, una pandemia que ha vestido de luto a muchas familias, colapsado a empresas que generan empleo, que ha aumentado el número de pobres y que altera la normalidad de la convivencia social; conviene no olvidar afirmaciones de un gobierno irresponsable y de funcionarios por demás frívolos.  No se puede olvidar la aberración de afirmaciones tales como: “nos vino como anillo al dedo”, “tenemos domada a la pandemia”, “en un escenario catastrófico esperaríamos a llegar a sesenta mil muertos”, cuando de manera oficial se reconocen casi cien mil muertes y que en realidad son mucho más, y ya no hablemos del número de contagios. No se puede ni se debe olvidar explicaciones vanas desdeñando el uso de cubre bocas bajo la falacia que daba lo mismo usarlo o no; imposible olvidar esos cuadros mesiánicos, grotescos, abrazando y besando niños sin ninguna precaución ni recato. 


Ante esta patética realidad, iluso resulta esperar del gobierno, que a través de una política pública responsable establezca y aplique medidas de precaución y protección a la población,  sobre todo si se considera el debilitamiento del sector salud, la desaparición del Seguro Popular, el desabasto de medicinas, que en el caso de los niños con cáncer, es una atrocidad, y en el menoscabo a los presupuestos destinados a la salud.


Lo que nos queda por hacer es cuidarlos, dejemos que el gobierno se pierda en sus propias contradicciones, en su loca carrera por socavar las instituciones que tanto trabajo costó construir a todos los Mexicanos, en ese afán insano de polarizar la sociedad, dejemos que se pierda en sus traumas, resentimientos y rencores, en la limitada visión de aislar al país del concierto internacional y cuidémonos. Bajo ninguna circunstancia conviene relajar las medidas de seguridad que recomiendan voces autorizadas. Si cada uno de nosotros nos cuidamos, protegemos a los demás. Si lo hacemos, engarzamos una gran cadena de responsabilidad y nos colocamos en la órbita de un círculo virtuoso que nos ayudará a superar este transe doloroso. Nuestro tiempo hoy, debe ser de unidad en la diversidad, de esperanza, de planeación y ahorro, de autoprotección. Todo pasará y volveremos a estrecharnos la mano, a besarnos, a abrazarnos, mientras tanto… vamos a cuidarnos.


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Decía el siempre bien recordado Magno Manuel Montes, que hay enemistades que enaltecen. Nadie es monedita de oro. Eso deben entenderlo quienes transitan por los intricados y sórdidos caminos de la política. Siempre he militado en las filas del tricolor, en las buenas y en las malas, profeso la fe católica que aprendí de mis padres. No es traidor quien avisa mi estimada, y en mi catálogo de conceptos la lealtad no llega hasta la ignominia de avalar el abuso y el atropello. Serví con lealtad a quien debía hacerlo. Tengo una vocación por la diversidad y me declaro partidario de la lucha inacabada de la mujer por reivindicar a cabalidad sus derechos, pero también creo en el talento que no a todos (as) se les da. Toda aspiración es legítima, en su lugar, sin perder un principio de realidad. Por cierto, nada perdurable se construye sobre la mentira, la difamación y la diatriba. Al buen entendedor pocas palabras. Como lo dice el personaje, no somos iguales… tengo otros datos.  



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