lunes, 16 de noviembre de 2020

EXPRESO CORTADO - Por: Gilberto Medina Casillas


La violencia.


La palabra violencia tiene varias acepciones, Ramón del Valle Inclán, en su libro ‘Tirano Banderas” la usa como sinónimo de veloz, de ejecución pronta: ‘Váyase violento’, le dice a un subordinado.


Violenta es una explosión, cuya definición es: una cosa en estado quieto que multiplica su tamaño en un instante. Se aplica a algo que sucede con consecuencias de daño. La violencia de un huracán. De un terremoto. De una conflagración.


Pero la acepción que en esta entrega nos ocupa, es la violencia como un acto realizado por hombres y mujeres para someter, dañar, lastimar o asesinar; ejerciendo acciones como golpes, mordidas, puñaladas, balazos y en general: la acción voluntaria de herir a otro ser humano.


La violencia, que me perdone Rousseau, es innata, forma parte del equipamiento instintivo de la especie humana, los hombres primitivos usaban la violencia para cazar, para domesticar animales de servicio, luego, para pelear entre ellos, más tarde, para pelear entre bandos.


Dice George Gurdjieff (y yo, con él), que de los seres que habitamos la galaxia, los únicos que se matan entre sí son los terrícolas. Esta herencia neandertal nos acompaña. Y cabe recordar que los neandertales se extinguieron por canibalismo.


Consideremos, pues, a la violencia como un instinto, de sobrevivencia, si se quiere. En términos fruedianos, los instintos conforman el ‘ello’, esa carga concupiscente sustentada en el ‘principio del placer’ que nos agobia y se contrapone a la cultura que nuestros lugares y tiempos nos imponen, como ‘principio de realidad’, pues esa ha sido la forma en que una sociedad organizada, acepta o reprime conductas dadas. Freud a esto le llama el ‘súper yo’, inculcado desde la más tierna infancia por la vía parental, quienes a su vez sufrieron el mismo proceso y lo replican generación tras generación. Y es reforzado ‘lo que debes o no debes hacer’ en la socialización del niño, del adolescente, del joven, del adulto y del viejo; al modo que su sociedad esté constituida.


Muy bien, la violencia es entendible pero no justificable, en una sociedad que tiene una súper estructura jurídica que prohíbe al ciudadano a cobrar venganza o castigar a otro por su propia cuenta. 


En México las cárceles están repletas de rijosos y asesinos, pues en México no hay ‘segunda enmienda’, como en los EE.UU. y la violencia solamente la puede ejercer legalmente el estado, léase policía o milicia, para aplicar la ley.


Sigamos en México, excelente ejemplo de gobiernos rebasados por la violencia del crimen organizado. Y la connivencia (franca complicidad) del gobierno actual con un cártel en especial, el de Sinaloa. Este es el marco político y social dentro del cual se mueven los mexicanos. Un clima de inseguridad que beneficia al crimen atomizado, asaltos, robos con violencia, narcomenudeo, tráfico de personas, feminicidios, un ámbito nacional propicio para la ira y el encono.


Los discursos de odio del presidente actual ayudan al clima de morbosa descalificación, al parecer, queriendo resucitar, tal cual, la lucha de clases.  Todo lo antes mencionado abona a la violencia familiar, el marido abusivo, desleal, intoxicado o no, descarga su furia con la esposa, en un lugar cerrado, la vivienda, con distintos grados de violencia (pueden ver el famoso ‘violentómetro’). 


De otra forma y por otros motivos, la madre golpea, castiga en exceso y maltrata a los hijos menores.  Estamos ya ante un círculo vicioso espantoso, el marido ejerce violencia sobre su mujer, y la esposa ejerce violencia sobre sus hijos. Esta situación resulta en una familia disfuncional, cuyo producto serán personas humilladas, abusadas; que más tarde serán gente resentida, que verá en la violencia un camino de normalidad.


La exégesis de la ‘chancla’, el dicho ‘para qué discutir, si lo podemos arreglar a golpes’, ‘cálmate o te calmo’, ‘vuelve a decirlo y te tumbo los dientes’, salimos de la familia disfuncional y somos jodidos (nos ponemos a vender hule), nos fregamos a quien se deje y si se pone perro ‘le partimos su madre’. Somos violentos. Somos peligrosos, cuando los instintos nos guían a la destrucción, a la muerte. Vamos a pararle a la violencia, ¿o no?










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