Lo que buscas, te busca.-
Tengo muy presente cuando supe que el primer latinoamericano en la cumbre del Everest era también mexicano. Desde aquel momento nace una obsesión y curiosidad, por conocerlo en persona, tomarme foto con él y pedirle su autógrafo. Con esto me daría por satisfecho. Jamás imaginé siquiera que también conseguiría cultivar una amistad con Ricardo Torres Nava, de ya casi 30 años. Se podría decir que los astros se alinearían para conocer al alpinista de Nueva Rosita, Coahuila.
Sin saberlo y de manera hasta un poco fortuita, llegamos con Joaquín Canchola Limón, en Tlachichuca, Puebla, junto con Romeo Donn y Martín Conde. Joaquín hace el servicio de transporte de montañistas y de todo aquel que quiera subir el coloso mexicano, hasta el albergue de Piedra Grande o Santos Castro. Recuerdo que Joaquín, estando en su casa, nos mostró postales que Ricardo le había enviado de sus viajes al extranjero como escalador; por lo que le escribía en estas postales, era más que evidente el gran aprecio que el famoso alpinista le tenía a Joaquín.
Canchola llegó a pensar, por mi gran curiosidad por saber del conquistador del Everest, que era periodista. Recuerdo también que le tomé fotografías a las postales. Quería de alguna forma sentirme allegado a lo que sucedía con quien se había convertido en mi ídolo deportivo de montaña. Había generado en mí un deseo muy profundo de poder conocerlo en persona. Regresamos posteriormente dos veces más al Pico, al ver a Joaquín, continué con mi interrogatorio por saber más cosas de Ricardo. La reacción de Canchola, lejos de ser solidaria con mi anhelo, se comenzó a mostrar cada vez más hermético. Su actitud me hacía sentir más lejos de poder hacer mi sueño realidad. Esta búsqueda que parecía ser infructuosa, además Ricardo casi siempre andaba escalando en el extranjero, alguna vez me platicó que permanecía siete meses del año fuera de México. Sin embargo, algo se había activado en el ambiente, desconocía la relación que Ricardo tenía con el médico xalapeño Mario Rizo Campomanes, a quien recientemente había conocido en aquellos años. Lo que buscas te busca, ese pensamiento se amolda a la perfección con lo que ocurrió aquel 1990.
De la nada, Mario me buscó para comentarme que Ricardo estaba en México, su trabajo fue mucho tiempo de guía profesional de montaña, en el país y Sudamérica, de una agencia norteamericana. Además, también me hizo saber, que estaría guiando a un grupo de europeos en la montaña más alta de México. Mario recibió una invitación para subir con Ricardo. Inexplicablemente, Mario, a pesar de tener poco tiempo de tratarnos, pensó en mí para conocer al internacional montañista, haciéndome extensiva también la invitación para unirme al grupo. Lo que buscas, te busca. No podía creer esta invitación de Mario, superaba todo lo que hubiera deseado. Aunque también recuerdo que tuve mucho miedo, miedo al rechazo, ya que a quien conocían era a Mario, no a mí. Es sabido de actitudes de soberbia y enojo de estrellas del deporte con su entorno. Temía que Ricardo se molestara por mi presencia, de la cual no tenía conocimiento. Recuerdo que, por estos pensamientos, llegué a pensar en no ir, y dar las gracias a Mario. Afortunadamente, mi anhelo de conocer a Ricardo se impuso a mi natural pesimismo.
Haber conocido a Torres Nava se convirtió en una de las experiencias más fantásticas de mi vida; la leyenda del alpinismo mexicano resultó ser una persona, toda sencilla y amable, con él también venia su esposa Flor Berenguer, personaje del periodismo en la televisión en México. Ante mi desbordante alegría y nerviosismo por conocerlo. Ricardo también mostró mucha alegría al saber de mi búsqueda. Puedo decir a tantos años de distancia, Ricardo fue respetuoso por mi admiración de sus logros de montaña. Respeto que demostró al tratarme como alguien más del grupo, en las fotografías de montaña que me tomé en su compañía, de cumbre, su expresión es de alegría, de amistad. Lo que buscas, te busca.
Meses después, cuando nos volvimos a encontrar con Ricardo, en casa de Canchola, le entregué una foto enmarcada, de la cumbre del Pico de Orizaba, donde estoy posando con un alpinista japonés, Manabu Tagawua y Ricardo. Esta foto es uno de mis máximos trofeos, de mis más preciados tesoros, la foto la tomó Mario. El día que lo saludé por vez primera a Ricardo en casa de Joaquín, debo de reconocer que Canchola cambió su actitud totalmente, y tuvo también una actuación maravillosa. Lo que buscas, te busca. Mario, gracias por tu generosidad.
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