Se llega el fin de año, cumpliéndose una vez más el ciclo natural del tiempo y de la vida. Es un periodo de cambios, como los solsticios, que cierran capítulos e inician nuevos horizontes. Abramos nuestros corazones para adecuarnos a los cambios y hacer todo lo mejor que podamos. Concluye este 2020 que ha sido un año especialmente difícil y que será recordado como el año en que la pandemia cambió la vida de los seres humanos en su familia, en su trabajo, en sus relaciones, en sus tradiciones y en su dinámica cotidiana.
Hay años de fuertes aprendizajes, como este, y otros que son como un recreo, pero ninguno es malo, solo diferente. La forma en que se debería evaluar un año tendría que ver con cuánto fuimos capaces de amar, de perdonar, de ayudar, de reír, de aprender, de haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos. Nos cuesta entender que la vida y cómo vivirla, depende de nosotros, el cómo enganchamos con las cosas que no queremos, depende sólo del cultivo de la voluntad.
Estas fiestas de Navidad y Fin de Año son el momento propicio para dar gracias por todo: por un nuevo día, por el nuevo mes y por el nuevo año, tres amaneceres; por la esperanza, por el perdón, por la sonrisa que aflora de la felicidad del deber cumplido. Agradecer a nuestras familias que nos han acompañado en nuestra actividad brindándonos su apoyo y colaboración. Frente a las incertidumbres de esta contingencia de salud, debemos buscar renovar nuestro espíritu para cambiar nuestra actitud frente a la vida y, a través nuestro, contribuir también a la renovación espiritual del mundo para superar este estado de crisis que nos envuelve y propiciar un mayor equilibrio y armonía en la sociedad universal.
A esta vida vinimos a aprender, a amar, a dejar huella, a servir y a ser felices. En eso debiéramos trabajar todos los días. Tratemos de crecer en lo espiritual, cualquiera que sea la visión de ello. La trascendencia y el darle sentido a lo que hacemos tienen que ver con la inteligencia espiritual. Tratemos de dosificar la tecnología y demos paso a la conversación, a los juegos “antiguos”, a los encuentros familiares, a los encuentros con amigos, dentro de casa. Valoremos la intimidad, el calor y el amor dentro de nuestras familias. Con sana distancia.
Con tan solo intentarlo, habremos decretado ser felices, lo cual no nos exime de los problemas, pero nos hace entender que la única diferencia entre alguien feliz o no, no tiene que ver con los problemas que tengamos sino con la ACTITUD con la cual enfrentemos lo que nos toca. Dicen que las alegrías, cuando se comparten, se agrandan. Y que en cambio, con las penas pasa al revés. Se achican.
En este cierre, deseamos que esta Navidad esté llena del espíritu de amor y esperanza. Que tengamos todos una bonita Navidad y que el Gran Arquitecto del Universo nos llene de bendiciones en el Año Nuevo que se avecina. Feliz 2021…
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