lunes, 21 de diciembre de 2020

DESDE EL AULA - Profesor Julio Hernández Ramírez


Me gusta diciembre. Si bien cada mes tiene su propio encanto, el que cierra cada año me resulta más diferente por el profundo significado de sus tradiciones y fiestas. Sin quererlo, me provoca emociones encontradas, sentimientos diversos; nostalgia sin claridad en la causa, alegría, esperanza, acercamiento, impulsos por que florezcan desde el propio yo, principios y valores de humanidad.


El cierre de este año se percibe diferente, tenso y desolador, por una pandemia que irrumpe, inesperada  trastocándolo todo ante la impavidez de un gobierno indolente.


La población en la localidad en que vivo se desborda en la celebración de la fiesta en honor a la virgen de Guadalupe; el fervor y la participación son grandes. Desde el principio de año se instala un comité de damas que realizan colectas y otras actividades  para recaudar fondos que permiten una celebración como la reina lo merece. En la novena de rosarios previa al día esperado, la procesión por las calles del pueblo es nutrida, las cuentas se van desgranando en el rezo de los misterios alternados de hermosos cantos en agudos y graves unísonos de mujeres y hombres que llenos de devoción  miran la imagen de la virgen con manifiesta veneración. Los hombres mayores con el sombrero entre las manos en señal de respeto, las mujeres grandes con reboso y los jóvenes con desenfado. No falta el cuchicheo apenas en susurro, las miradas furtivas, las manos que se enlazan con discreción, las citas clandestinas que se concretan apenas con la mirada o con un agudo lenguaje corporal, pero enseguida todos los sentidos confluyen en el éxtasis de la devoción. 


Apenas pasada de media noche, el despertar con sobresalto por una retahíla  de cuetes como preludio a la algarabía, del mariachi acompañando las “mañanitas” que a todo pulmón entona la entusiasta concurrencia. Durante el día el convivio, el encuentro, la esperanza, el agradecimiento y la fe. Por  la noche, pirotecnia y luego el recuerdo y la espera.


Este año no pudo ser así, la pandemia lo impidió y la prudencia lo determinó, la procesión fue breve y escueta, la celebración reducida al mínimo tolerable,  ni fiesta ni convivio, ni estruendo ni fantasía, pero si, en el corazón de cada feligrés, la devoción inflamada, el agradecimiento que dignifica y la esperanza de que bajo la mirada protectora de la Guadalupana y cumpliendo con las recomendaciones sanitarias, la pesadilla acabará y saldremos adelante con mayor vigor a pesar de un gobierno del que poco se puede esperar. 


La apuesta es porque en todas las fiestas decembrinas impere la prudencia, el recato y la responsabilidad. Habrá tiempos y motivos para celebras; seguro estoy.




Alianza, sí va.-


Transciende que siempre sí, la alianza va. El rojo, el azul y el amarillo, en unidad de esfuerzo y de propósito. No hay fusión ni confusión; ideología y militancia se conserva. Se  trata de un acto de inteligencia y responsabilidad, es una estrategia que se da en una coyuntura singular; la urgencia de reorientar la función sustantiva del poder Legislativo y recuperar el señorío de los ayuntamientos, todo en la idea de darle viabilidad al país en el trance que vivimos hoy.


De corazón deseo a todos salud, paz y tranquilidad en las fiestas decembrinas y prosperidad en el 2021. 




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